Evangelio del día: Lc 2,36-40
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él.
Comentario del evanelio del día por: San Teofilacto
36-37. Se detiene el evangelista, describiendo la persona de Ana, diciendo quién era su padre, cuál era su tribu, y presentando como testigos a muchos que vieron a su padre y su tribu.
38.«…alababa a Dios». Esto es, daba gracias viendo la salvación del mundo en Israel, y decía de Jesús que era el Redentor, y el mismo Salvador. De aquí prosigue: «Y hablaba de El a todos los que esperaban», etc.
39-40. La ciudad de Belén era como su patria, pero Nazaret era el lugar donde habitaba.
Podía haber nacido Jesús teniendo en cuanto al cuerpo una edad madura. Pero para que esto no pareciese fantástico, creció poco a poco, como dice el texto: «Y el Niño crecía y se fortificaba».
Si cuando era pequeño en edad hubiese demostrado su sabiduría, hubiera parecido prodigioso, por lo cual se manifestaba a sí mismo progresivamente según la edad, para llenar todo el mundo. Y no se dice que se fortificaba en su espíritu en el sentido de que recibía la sabiduría, porque ¿cómo puede decirse que después se perfecciona más lo que desde el principio es perfectísimo? [1] De donde prosigue: «Lleno de sabiduría en verdad».