Adoremos «Al Dios cercano a nosotros» – Papa Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
La solemnidad del Corpus Christi nos invita a contemplar el sumo misterio de nuestra fe: la Santísima Eucaristía, real presencia del Señor Jesucristo en el sacramento del altar. Cada vez que el sacerdote renueva el sacrificio eucarístico, en la oración de consagración, repite: Éste es mi cuerpo… ésta es mi sangre… Lo dice presentando la voz, las manos y el corazón a Cristo, que quiso quedarse con nosotros para ser el corazón palpitante de la Iglesia.
Pero incluso después de la celebración de los divinos misterios el Señor permanece vivo en el tabernáculo; por esto se le alaba especialmente con la adoración eucarística. Es más, se da un lazo intrínseco entre la celebración y la adoración. La santa misa, de hecho, es en sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia: «Nadie come de esta carne -escribe san Agustín- si antes no la ha adorado» (Enarrationes in Psalmos, 98,9 CCL XXXIX, 1385). La adoración fuera de la santa misa continúa e intensifica lo que ya ha sucedido en la celebración litúrgica, y hace posible una acogida verdadera y profunda de Cristo.
El día del Corpus Christi en todas las comunidades cristianas, se celebra la procesión eucarística, particular forma de adoración pública de la Eucaristía, enriquecida por bellas y tradicionales manifestaciones de devoción popular. Quisiera aprovechar la oportunidad que me ofrece hablar del Corpus Chrisiti para recomendar a los pastores y a todos los fieles la práctica de la adoración eucarística.
Expreso mi aprecio a los institutos de vida consagrada, así como a las asociaciones y confraternidades que se dedican a ella de manera especial: recuerdan a todos la centralidad de Cristo en nuestra vida personal y eclesial. me alegra la constatación de que muchos jóvenes están descubriendo la belleza de la adoración, tanto personal como comunitatria. Invito a los sacerdotes a alentar a en esto a los grupos juveniles, pero también a que les sigan para que las formas de la adoración comunitaria sean siempre apropiadas y dignas, con adecuados momentos de silencio y de escucha de la Palabra de Dios.
En la vida de hoy, con frecuencia ruidosa y dispersiva, es más importante que nunca recuperar la capacidad de silencio interior y de recogimiento: la adoración eucarística permite hacerlo no sólo entorno al «yo», sino más bien en compañía de ese «Tú» lleno de amor, que es Jesucristo, «el Dios cercano a nosotros».
Que la Virgen María, mujer eucarística, nos introduzca en el secreto de la auténtica adoración. Su corazón, humilde y sencillo, siempre vivía en recogimiento en torno al misterio de Jesús, en quien adoraba la presencia de Dios y de su Amor redentor. Que por su intercesión crezca en toda la Iglesia la fe en el Misterio eucarístico, la alegría de participar en la santa misa, especialmente en la dominical, y el empuje para testimoniar la inmensa caridad de Cristo.
Benedicto XVI
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