Amar, es compartir. Blog del Sagrado Corazón de Jesús:
El amor, don tan maravilloso que nos ha hecho el Señor, Jesús vino a poner la muestra más grande de Amor para con todos nosotros, al morir en una Cruz para la redención de nuestros pecados, y dejándose traspasar por una lanza su Divino Corazón, del cual brotó al instante sangre y agua, y es aquí donde se concentra todo el amor de Dios, desbordando gracias sin fin.
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros. Jn 13, 34-35
El Amor de Jesús es infinito y perfecto, entregó su vida por nosotros, y por amor, aun se nos sigue donando en la Sagrada Eucaristía, bajo las humildes especies de pan y vino que se convierten en El Cuerpo y La Sangre de Cristo, y es así que sigue compartiéndonos todo su gran Amor, su Ser tangible, Divino… Así hemos de amarnos los unos a los otros, donándonos, compartiendo lo que tenemos, que ese amor que Él ha puesto en nuestro corazón, se vea reflejado en nuestras acciones, en compartir desde las cosas más simples, un vaso con agua, el pan, una sonrisa, un abrazo, una palabra de aliento, la compañía en el silencio que dice: «aquí estoy contigo», todos estos son sencillos, pero grandes actos de amor.
Entonces el rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde el principio del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui emigrante y me acogisteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, preso y fuisteis a estar conmigo.
Entonces los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos emigrante y te acogimos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?
Y el rey les dirá: Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis. Mt 25, 34-40
A veces podemos pensar que la mejor manera de mostrar amor, es haciendo cosas muy grandes, pero como diría San Francisco de Sales: «Lo importante es cuánto amor ponemos en lo que hacemos, eso es lo que da gran valor a las acciones.» Hemos de hacer de lo ordinario, algo extraordinario, y no ser indiferentes ante las necesidades del prójimo, pongamos nuestros dones al servicio de los demás, finalmente, todo cuanto tenemos es porque Dios nos lo ha dado y debemos hacer buen uso de ello.
Un sacerdote nos contó una historia acerca de un señor, de entre 75-80 años, era un hombre muy rico, pero vivía solo porque no quería compartir su fortuna con nadie, ni con su familia, ni amigos, ni con nadie que fuera a solicitar su ayuda, pasaba sus días encerrado contando su fortuna.
Un día, tocaron a su puerta, pero él no abría, aquella persona tocaba con tanta insistencia, que fue a asomarse a ver quién llamaba a su puerta de esa manera, vio que era un mendigo, entonces se dirigió a su cocina, y ahí, encontró un pan sobre la mesa, duro, verde de enlamado, lo tomó, fue a la puerta, la abrió, y le arrojó el pan golpeando la cabeza de aquel pobre hombre, para que ya no lo estuviera molestando, el hombre al ver que era un pan lo que le había arrojado, lo tomó, lo sacudió y comenzó a comerlo.
Una noche, el hombre rico tuvo un sueño, en el que veía mucha luz, y estaba en una larga fila de personas, iban avanzando, él veía a todos lados, entonces preguntaba a los que estaban adelante de él: ¿dónde estamos? Y le respondieron: hemos fallecido y esperamos que nos juzguen según nuestras obras, él veía personas salir de un lugar acompañadas de un ángel, unas iban a la izquierda y otras a la derecha, entonces preguntó: ¿pero a dónde vamos? ¿Por qué unos caminan a la izquierda y otros a la derecha? Y le respondieron: los que caminan a la izquierda, son los que se han condenado, y los que caminan a la derecha, son los que se han salvado. El hombre se puso a pensar, tratando de recordar sus buenas obras y no encontraba ninguna, y entonces se preocupó, y por sí mismo, comenzó a caminar hacia la izquierda, su ángel lo alcanzó y le preguntó a dónde se dirigía, y le respondió que pensaba que se había condenado. El ángel toma un libro, lo abre, lo lee y le dice: Aquí está escrito que hiciste una buena obra, el hombre sorprendido pregunta: ¡¿cuál?! Y el ángel responde: diste pan al hambriento, y por esa buena obra, te has salvado.
Desde ese momento, supo el hombre que la salvación estaba en el compartir.
¡Amemos! Comencemos por los de junto, a veces el espacio es lo único que compartimos, porque no nos tomamos el tiempo para escucharles, para notar o preguntar cómo se sienten, si están bien, si necesitan algo, nos distraemos en tantas otras cosas, que nos olvidamos del compartir.
Dios sea bendito.
Artículo escrito por Susana Martinez. GdH de SLP. Mexico.
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