Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, un comentario de este mandamiento por San Alfonso María de Ligorio.
Los grandes de la tierra se vanaglorian de poseer reinos y riquezas. Jesucristo encuentra toda su felicidad en reinar sobre nuestros corazones; es el reino que ansia y que decidió conquistar por su muerte en la cruz: «Lleva a hombros el principado» (Is 9,5). Por estas palabras, varios intérpretes… entienden la cruz que nuestro divino Redentor llevó sobre sus hombros.
«Este Rey del cielo, dice Cornelio a Lapide, es un maestro muy diferente del demonio: éste carga pesados fardos en los hombros de sus esclavos. Jesús, al contrario, toma sobre sí todo el peso de su reino; abraza la cruz y quiere morir en ella para reinar sobre nuestros corazones». Y Tertuliano dice que mientras los monarcas de la tierra «llevan el cetro en la mano y la corona sobre la cabeza como emblemas de su poder, Jesucristo llevó la cruz sobre sus hombros. Y la cruz fue el trono dónde subió, para fundar su reinado de amor»…
Apresurémonos pues a consagrarle todo el amor de nuestro corazón a este Dios que, para obtenerlo, sacrificó su sangre, su vida, a él mismo. «Si supieras el don de Dios, decía Jesús a la Samaritana, y quién es el que te dice: ‘ Dame de beber ‘ » (Jn 4,10). Es decir: si supieras la grandeza de la gracia que recibes de Dios… ¡Oh, si el alma comprendiera qué gracia tan extraordinaria le hace Dios cuando reclama su amor en estos términos: «Amarás al Señor tu Dios».
¿Quién al escuchar a su príncipe decirle: «Ámame», no quedaría cautivado por esta invitación? Y Dios ¿no conseguiría ganar nuestro corazón, aunque nos lo pida con tanta bondad: «Hijo mío, dame tu corazón?» (Pr 23,26) Pero este corazón, Dios no lo quiere a medias; lo quiere entero, sin reserva; este es su mandamiento: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón».
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