Blog del Sagrado Corazón de Jesús: Camino de cruz
Entonces dijo Jesús a sus discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? “Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Yo les aseguro: entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre venir en su Reino” (Mt 16, 24-28).
Luego de la llamada de atención a Simón Pedro, Jesús habla a sus discípulos para advertirles que seguir el camino, que es él mismo, es seguir un camino de cruz. Que no es fácil su seguimiento. Que habrá espinas y caminos pedregosos, altas colinas, simas profundas. Les exhorta a cargar su propia cruz. No se puede seguir a Jesús teóricamente, no se puede ser discípulo de Jesucristo si no cuesta algo de trabajo. Si uno cree que sigue a Jesucristo y lo vive cómodamente, se puede decir que no lo sigue. Porque andar con Jesús es andar un camino seguro, que conduce a la vida, pero que, a la vez, supone demasiados riesgos, peligros, adversidades. No es la primera ni única vez que Jesús les advierte a sus discípulos de las dificultades de su seguimiento. Él exige integridad, fortaleza, perseverancia. Él les advierte incluso que la misma suerte que él sigue la seguirán sus discípulos. Pero les anuncia también que saldrán victoriosos ante cualquier tribulación a causa de su nombre si permanecen fieles y firmes.
El que quiera salvar su vida la perderá. Esto significa la misma realidad. Seguir a Jesús no es camino fácil. La muerte camina junto a él, lo mismo junto a sus discípulos. Jesús invita a los suyos a desacomodarse, a estar dispuestos a dar la vida por él. “ningún amigo hay más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Los discípulos de Jesús, en particular los apóstoles, dan la vida por el evangelio y por Jesús. Recordemos que la Iglesia de los primeros siglos fue perseguida sanguinariamente por los judíos y por los romanos en dondequiera que estuvieran. Apenas Jesús subió a los cielos comenzaron las persecuciones en contra suya, en las personas de sus seguidores.
Los primeros cristianos en realidad son comunidades edificantes. Ellos estaban dispuestos a morir por el evangelio, por las promesas de resurrección. Como dice el libro de los hechos de los apóstoles: ninguno consideraba suyo nada de lo que tenía (Hech 4, 32). Esto es que, ninguno pretendía conservar su vida, porque habían aprendido que dejarla en las manos de Jesús era suficiente para vivir en esta tierra y para caminar hacia el cielo.
Existen innumerables testimonios de aquellos primeros cristianos. Todos cargaban su propia cruz. Nadie la alejaba de su vida. Todos cargaban su cruz porque sabían que iban al martirio, y, por lo mismo, a la resurrección. Recordemos el martirio del primero de los que dieron su vida por Jesús y su evangelio: Esteban. Él, antes de ser apedreado, exclamó: estoy viendo los cielos abiertos y al hijo del hombre descender hacia mí; también, mientras era asesinado, él intercedió por aquellos perversos hombres que le daban muerte diciendo: “Señor no les tomes en cuenta este pecado” (Hech 7, 60).
Cuando Jesús les indica a sus discípulos que deben cargar su cruz y seguirlo les dice también que el que pierda la vida por él la encontrará. Que es la única manera de recuperarla. Y, en efecto, solo en Jesús la vida está segura, porque él no solo promete la resurrección, sino que él es la resurrección y la vida.
¿Qué podrá dar uno para recobrar la vida? Nada. El que la da es el Todopoderoso, es el Señor quien hace posible la vida. Asegurar la vida nadie puede, solo Jesús. Solo él.
Pero, ¿qué es tomar la cruz? Saber que nada en la vida es fácil. De hecho podemos tener mucho éxito en la vida si tenemos un corazón sacrificado, si no consideramos propio nada de lo que poseemos. Y, en la vida de fe, se trata de renunciar absoluta y totalmente a todo con tal de ganar a Cristo.
Con respecto a esto tenemos a san Pablo que nos enseña hermosamente: “todo lo que antes me importaba ahora lo considero basura con tal de alcanzar a Cristo” (Fil 3, 8). Y también: “estoy crucificado con Cristo, no soy yo el que vive, sino que es cristo el que vive en mí” (Gal 2, 20). “La vida es Cristo y la muerte una ganancia” (Fil 1, 21).
Pero recordemos que no se trata solo de sufrir y sufrir en esta vida, eso nos hace masoquistas. Se trata de dar la vida por Cristo. Vivir sufriendo es inútil. En realidad no queremos sufrir, pero estamos dispuestos a ello con tal de servir a Cristo y no separarnos de él.
Sufrir, pasarlo mal sin sentido, no redime. No se trata de vivir miserablemente esperando una vida eterna llena de consuelo sin algo de mérito. Es cierto que Jesús pone en primer lugar a los pobres, a los enfermos, a los sin voz, a los hambrientos; pero por una razón, ellos, que necesitan todo, que carecen de mil cosas, están llamados a ser los primeros en el reino de los cielos, puesto que si las condiciones del mundo los han dejado fuera, el plan de Dios los incluye de una manera especialísima. Pero si ellos no quieren ser parte del reino, entonces su condición está peor, puesto que son despojados en esta vida de casi todo, y además no aceptan el lugar privilegiado que se les ofrece dentro de los proyectos del Altísimo.
Se trata de elegir a Cristo y aceptar las consecuencias de esta elección. Elegir a Cristo es elegirlo todo, es tenerlo todo en esta misma vida. Pero, no olvidemos: junto con adversidades, según se lo declara a Simón Pedro y a todos los discípulos: “nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre o padre, hijos o hacienda por mí y por el evangelio quedará sin recibir el ciento por uno ahora al presente, en casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos y hacienda, junto con persecuciones y, en el mundo venidero, la vida eterna” (Mc 10. 29-30).
Tomar la cruz de Jesús significa aceptarlo con todos los riesgos, y el principal de ellos es la muerte. Pero, ¿qué es a muerte, cuando sabemos que el Señor nos resucitará? Él lo deja claro: el hijo del hombre vendrá con gloria y dará a cada uno lo que merecen sus obras.
Tomar la cruz significa que nuestra vida está en las manos de Jesús, que él echó sobre sus hombros la pesada cruz, y que la nuestra es solamente participación de la suya. Tomar la cruz significa que la vida más importante no es la mía, sino que Jesús es el que nos la da y nos la preserva de todo mal, de todo peligro.
Recordemos también el contexto de estas palabras de Jesús. Esto ocurre luego de que Simón Pedro tratara de hacer a Jesús dar marcha atrás con su plan de ir a Jerusalén. Pedro no quería aceptar que Jesús muriera allá, en la ciudad santa. Él decía: eso no te puede suceder a ti. Jesús está dispuesto a dar la vida por la salvación del género humano y Pedro se resiste a esto; con razón Jesús lo increpa y lo vuelve a su corazón. Un creyente, una persona que quiere seguir a Cristo debe apoyar su fe en el testimonio de los mártires. El cristianismo es una fe que exige un gran sacrificio. Jesús, pues, exhorta a sus discípulos a que se desinstalen, a que estén dispuestos a todo por él y por el proyecto del reino de los cielos. Los quiere valientes, dispuestos, incluso, a dar testimonio con su sangre por esta causa del reino.
Tomar la cruz nos hace verdaderos discípulos. Asegurarnos no nos lleva a la salvación. Solo en algo nos podemos sostener: en la cruz, como un inmenso bastón. Al fin de cuentas, llevar la cruz no es cargar, sino apoyarnos en ella, en Jesucristo, nuestra fuerza.
Artículo escrito por el Padre Pacco Magaña.
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