Blog del Sagrado Corazón de Jesús: Crucificado
Y los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: “¡Eh, tú!, que destruyes el Santuario y lo levantas en tres días, ¡sálvate a ti mismo bajando de la cruz!” Igualmente, los sumos sacerdotes se burlaban entre ellos junto con los escribas diciendo: “A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. ¡El Cristo, el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos”. También le injuriaban los que con él estaban crucificados (Mc 15, 29-32).
Jesús está crucificado. Los habitantes de Jerusalén, lo mismo que los visitantes, eran espectadores de aquel acto brutal. Se suponía que Jesús era uno de los suyos. ¿Por qué disfrutaban aquella crucifixión? Se supone que morir en cruz era algo degradante y era un castigo de romanos contra judíos. ¿Por qué gozaban viendo a un compatriota padecer aquel castigo tan inhumano? Los judíos estaban como drogados, hipnotizados; en realidad, como diría Jesús más tarde: no sabían lo que hacían (Lc 23, 34).
Y que los sacerdotes injuriaran a Jesús en aquel momento era comprensible, pues ellos mismos fueron los que planearon aquella muerte y además aquella forma de muerte. Los judíos, en general, estaban disfrutando aquella ejecución como el pan y circo que los romanos daban a aquel pueblo oprimido. Los que pasaban por ahí, aun sin saber la causa de la muerte de aquel hombre, lo injuriaban también. Pero ¿Dónde estaban todos aquellos que se beneficiaron con la predicación del reino de Dios? ¿Qué era de aquellos que comieron pan hasta la saciedad durante todo el ministerio profético de Jesús? ¿Dónde estaban los apóstoles? ¿No había ahí ninguno que supiera que aquel hombre era en verdad el hijo de Dios hecho hombre? Y los que estaban crucificados con Jesús, ¿por qué también lo insultaban?
Se supone que el castigo de morir en la cruz estaba reservado solamente para los enemigos de Roma. ¿Por qué era divertido ver a uno de los suyos siendo hecho la burla de la población? En cada persona crucificada se supone que estaba representado cualquier judío. ¿Por qué les parecía algo festivo? Los judíos estaban a unas cuantas horas de celebrar su fiesta pascual, la memoria de su liberación; esto era contradictorio. Ser crucificado era algo despreciable. Y cada que cualquiera de aquellos despreciaba a un crucificado, al mismo tiempo que mostraba su poca valía, se convertía en cómplice de Roma, de la Roma Imperial que asesinaba a sus hijos, a sus habitantes.
Esta práctica se realizaba con demasiada frecuencia. Quizá por eso aquel lugar se llamaba el Calvario (lugar de calaveras). Quizá debido a que aquel lugar era signo de muerte, del ser despojado alguien de todo aquello que designe a un viviente.
¿No era una ofensa para el pueblo el que cualquiera de sus habitantes fuera crucificado? Celebrar una crucifixión estaba bien para los romanos, pues esto una era señal de escarmiento, para que los judíos pensaran dos veces antes de querer enfrentarse al inmenso poder de los romanos invasores. Que los soldados hubiesen disfrutado de aquel espectáculo era comprensible, que hayan repartido los vestidos de Jesús y seguramente también los de los otros prisioneros era justificable; pero que los mismos judíos fueran capaces de celebrar aquel momento terrible era demasiado incoherente. Cualquiera podía ser crucificado en aquel lugar, por simples sospechas de sedición, de alboroto, de politiquería contra Roma; cualquier agitador o cualquier sospechoso de rebeldía tenía asegurado un lugar en ese monte de huesos. La pregunta es: ¿por qué esto divertía a los judíos? Es absurdo.
Una de las injurias era esta: “sálvate a ti mismo tú que destruyes el templo y en tres días lo reconstruyes”. Se trata de una de las acusaciones que intentaron los sacerdotes y los judíos la noche anterior en el juicio ante el sanedrín para tener motivos de acusar a Jesús ante Pilatos. Lo cual nos permite ver que en realidad no se trataba de que estas palabras las dijeran espontáneamente los que pasaban por ahí. Quienes así se burlaban eran precisamente aquellos incondicionales servidores de los sumos sacerdotes. Todo eso ya estaba planeado. Las mismas acusaciones falsas de la noche anterior eran ahora las burlas hacia el crucificado.
Todo era un truco creado por aquellos sumos sacerdotes, por aquellos enemigos del renio; por los que se opusieron al cambio y se aferraban a sus privilegios; por aquellos hombres que parecen pellejos carcomidos por el tiempo; odres viejos que no pudieron ni quisieron contener dentro de sí el vino nuevo, el evangelio: la buena nueva del reino de los cielos. San Marcos dice: “los que pasaban por ahí”, sin embargo, las palabras que él pone en boca de los que pasan, en realidad debería ser puesta en aquellos que planearon la ejecución pública de Jesús.
Ahora todo tenía sentido. El castigo a ese hombre no era esta vez de parte de los romanos para escarmiento de los judíos; era de parte de las autoridades de Israel para escarmiento de todos los seguidores de Jesús, de todos los galileos que lo aclamaron jubilosamente cuando entró a Jerusalén por última vez. Aquellos sacerdotes judíos querían asegurarse de poner fin a cualquier brote de mesianismo. Ellos estaban con esto declarando que no necesitaban a ningún Mesías, que así estaban bien; y que, así como habían dado muerte al principal “agitador”, lo mismo podrían hacer, y estaban dispuestos a ello, contra cualquiera que pretendiese venir a darles a ellos clases de religión, de moral o de santidad.
Sí. Los sacerdotes fueron los autores intelectuales de la muerte del Hijo de Dios hecho hombre. Pero no se detuvieron a analizar las Escrituras, por medio de las cuales se anunciaba que el Siervo de Dios, el Mesías, sería rechazado por sus mismos coterráneos. No quisieron ver que ellos mismos se hicieron el mal más grande del mundo. Y que al mismo tiempo ayudaron a que las Escrituras se cumplieran una por una y una tras otra tal como los profetas lo habían indicado.
Cuidado con meterse con estas autoridades judías. Cuidado con querer cambiar las cosas que aquellos sacerdotes consideraban bien hechas. No había lugar para éste ni futuros mesías.
Todo está claro ahora. Cualquier ejecución debería ser algo despreciable, la festejarían solamente los romanos. Esta no. Jesús no era enemigo de Roma; era considerado enemigo para el pueblo judío, representado en las autoridades religiosas de Israel; por eso estos, en lugar de lamentarlo, lo celebraban jubilosamente, con mucho más alegría que su Pascua. No sabían que en ese momento estaba ocurriendo otra Pascua, la verdadera; la de la liberación total de la esclavitud: la Pascua del Hijo de Dios.
Le gritaban que bajara de la cruz. Pero él no lo haría. Eso era como una de las tentaciones del enemigo. Me recuerda este momento aquella ocasión en que Jesús fue tentado por Satanás en el desierto, luego de ayunar durante cuarenta días y le retaba diciendo palabras parecidas a las que gritaban los sacerdotes: “si eres el Hijo de Dios déjate caer pues está escrito: mandará a sus ángeles para que tu pie no tropiece con piedra alguna” (Mt 4, 6).
Jesús no bajaría de la cruz; no caería en esa tentación. Si no lo hizo antes, en aquellos días de gran hambre, penitencia y oración, siendo retado por el tentador, mucho menos lo haría ahora que había instituido el sacramento de la Eucaristía la noche anterior con sus apóstoles; no lo haría tampoco ahora, cuando el momento de la culminación de ese sacramento estaba por concluir.
Él sería descendido horas más tarde. Y aquello de que le acusaban: ser el Hijo de Dios, quedaría patente para muchos en todo el territorio de Israel en los siguientes días. ¿Para qué querría Jesús bajar de la cruz en ese momento? Él mismo sería glorificado por el Padre y el Espíritu Santo al tercer día. No era necesario adelantar nada. El tiempo era de él; y esta era su Hora. La hora del reino de Dios.
Un artículo escrito por el padre Pacco Magaña, Guardia de Honor de San Luis de Potosí. Mexico.
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