Blog del Sagrado Corazón de Jesús: De ángeles y de la resurrección
Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamarle. Y muy de madrugada, el primer día de la semana, a la salida del sol, van al sepulcro. Se decían unas otras: “¿Quién nos retirará la piedra de la puerta del sepulcro?”. Y levantando los ojos ven que la piedra estaba ya retirada; y eso que era muy grande. Y entrando en el sepulcro vieron a un joven sentado en el lado derecho, vestido con una túnica blanca, y se asustaron. Pero él les dice: “No se asusten. Buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí. Vean el lugar donde le pusieron. Pero vayan a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de ustedes a Galilea; allí lo verán, como les dijo”. (Mc 16, 1-7).
San Marcos refiere dos relatos de la resurrección. Meditemos en el primero. Dice aquí que fueron algunas mujeres al sepulcro para embalsamar a Jesús, que se supone yacía en ese lugar, luego de haber dado la vida por el perdón de los pecados del mundo. Ignoramos si esto es verosímil. En el capitulo anterior se dice que José de Arimatea compró una sábana para preparar a la sepultura el cuerpo de Jesús. Ahora se dice que van las mujeres para ungirlo. Por otro lado desconocemos si entre las costumbres de los judíos estaba el embalsamar el cuerpo al tercer día; sin embargo es lo que refiere san Marcos. Digamos que iban a llorar al sepulcro la muerte de su Señor, pues se trataba de mujeres, solo de mujeres, no iban varones ahí.
Lo cierto es que lo que siguió fue espectacular. Ellas quieren que alguien les ayudase a retirar la piedra, pues eran mujeres, y para mover una gran roca que cubre la entrada a un sepulcro es necesaria la fuerza de varios varones. Sin embargo, al llegar, encuentran la piedra ya removida. El relato dice que ellas, al ver la piedra removida entraron al sepulcro. Esta versión de san Marcos nos deja ver el valor de las mujeres (al entrar al sepulcro), recordemos que en el evangelio de san Juan, se narra este evento, pero allí se dice que es Pedro el que se atreve a entrar en el sepulcro y vio los lienzos en el suelo y el sudario en la cabecera (Jn 20, 3-7).
San Marcos no dice nada de los lienzos, pero sí habla de un joven vestido de blanco sentado en el sepulcro, esto es, la piedra donde fue colocado el señor Jesús. Es imposible saber quién es este misterioso personaje. ¿Acaso un ángel? ¿Acaso Jesús?
Podríamos descartar que este enigmático personaje fuera Jesús, puesto que él dice: no está aquí (hablando en tercera persona). Sin embargo, es probable que en realidad sí sea tal como lo menciona este personaje, puesto que el Jesús que conocieron ellas, aunque es el mismo, tiene otra condición, otra manera de manifestarse. Es decir, no está allí Jesús tal como lo conocieron. Ahora ha resucitado. El Señor ha trascendido, ha rebasado lo que humanamente se puede comprender. Si era él, ¿por qué no se reveló a las mujeres y les dijo que él era el Resucitado?
También podría ser un ángel aquel joven vestido de blanco. Pero, ¿qué hacía en el sepulcro? San Marcos no suele hablar de ángeles durante su relato evangélico; solo lo hace algunas veces, pero rara vez pone palabras en ellos; quizás él reservaba estas creaturas celestiales para el momento glorioso de la resurrección, pero solamente nos refiere a uno que habla: el que estaba sentado a la derecha del sepulcro, si es que se trata, en efecto, de un ángel. Veamos algunos ejemplos:
Al principio de su evangelio Marcos habla de ángeles, diciendo: envío mi ángel delante de ti, pero la traducción propia es: mensajero, aunque se escribe igual en griego, y se refiere a Juan el Bautista, según dice enseguida: “que preparará tu camino, voz que grita en el desierto: preparen el camino del Señor” (Mc 1, 2-3).
En la escena del desierto diciendo: “Los ángeles le servían”, pero no dice cómo eran ellos, ni dice que hablaran con el Señor Jesús (Mc 1, 12-13).
“Porque si alguien se avergonzara de mí y de mis palabras ante esta generación adúltera y pecadora, también el hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles” (Mc 8, 34-38).
En la disputa con los saduceos, acerca de la resurrección de los muertos, se refiere a la naturaleza angélica, diciendo de los resucitados: “serán como los ángeles del cielo” (Mc 12, 34-35).
Finalmente, hablando del fin del mundo y del juicio, Jesús habla de estas creaturas celestiales diciendo: “enviará a sus ángeles del cielo y juntará a sus elegidos desde los extremos de la tierra hasta los del cielo”.
Esto es todo lo que cuenta san Marcos acerca de ángeles; no es como san Lucas, que ve ángeles por todas partes. No. Él solo habla de estas creaturas en pocos eventos, y no de manera tan sensacional.
Por esto es difícil averiguar quién era ese personaje joven vestido de blanco sentado en el sepulcro.
Por otro lado, aunque Marcos no diga que se trata de un ángel tampoco se puede poner en duda que lo sea, ya que el actuar de los ángeles, es muy peculiar y clarísimo: si están en el cielo sirven a Dios, lo alaban y cantan alabanzas. Si son enviados a los hombres, lo son para dar un mensaje, de ahí que la palabra ángel, también se traduzca como mensajero. Y la actitud de este joven vestido de blanco es la del ángel y mensajero: “no está aquí; pero vayan a Galilea y digan a sus discípulos y a Pedro que ha resucitado”.
Una razón para pensar que este personaje de blanco no es un ángel, sino que es Jesús resucitado es que habla con la misma expresión que en otros momentos de los evangelios Jesús se expresa: no teman, soy yo (a las mismas mujeres en el sepulcro el día de la resurrección (Mt 28,10); a los tres discípulos escogidos para ser testigos de su transfiguración (Mt 17,7); cuando Jesús camina sobre las aguas (Mt 14, 27; Jn 6, 20; Mc 6, 50); a Pedro, en la pesca milagrosa (Lc 5, 10); a una multitud (Lc 12, 32); al apóstol Juan (Ap 1, 17).
Sin embargo, también, es propio del lenguaje de los ángeles, sobre todo en san Lucas este modo de expresión (a las mujeres en la resurrección (Mt 28, 5); a Zacarías, en el anuncio del nacimiento del Bautista (Lc 1, 13); a María en la anunciación (Lc 1, 30); a los pastores (Lc 2, 10).
Pero no nos preocupemos de quién era ese personaje singular del evangelio de Marcos. Mejor atendamos al mensaje central, al porqué, al motivo de la aparición de este ser, sea quien fuera: anunciar la feliz noticia de que Jesucristo ha resucitado, que está vivo y que desea que sus discípulos se encuentren con él en Galilea. Las mujeres seguramente llegaron a ese lugar todavía llorando por la muerte de su Maestro y Señor, y viendo la piedra removida sintieron miedo y angustia, pero el personaje misterioso vestido de blanco les llamó al sosiego, a la paz. Esto es la resurrección: paz, confianza, consuelo. Por tanto, lo contrario a la fe, a la paz y al consuelo es el miedo; el miedo es el enemigo más grande de la fe, porque lleva al hombre a la desesperación, a perder el rumbo. Afortunadamente el Señor sabe decirnos, de muchas maneras, en los días de tribulación: no teman.
La resurrección es un llamado a la confianza. A recordar las palabras del mismo Jesús cuando aún caminaba con sus discípulos, pues él les había dicho en varias ocasiones que debía morir y resucitar al tercer día.
El miedo, la tristeza, pueden llevarnos por un camino de sombras que nos haga olvidar no solo las palabras, sino el amor del corazón de Cristo, la persona de Cristo, las promesas de Cristo. Pidamos a nuestro buen Jesús resucitado que tengamos conciencia constante de sus palabras, de sus obras, de sus promesas y de su amor. Cuando sintamos que perdemos el camino, dejemos que nos hable al corazón aquella voz hermosa y celestial que dice: no teman, ha resucitado.
Un artículo escrito por el padre Pacco Magaña, Guardia de Honor de San Luis de Potosí. Mexico.
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