Blog del Sagrado Corazón de Jesús:
El llamado a vivir en gracia desde las condiciones particulares
Por: Taide Leticia Martínez Montiel, GDH
La “devoción” según las palabras de San Francisco de Sales es: “una virtud en extremo agradable a la Majestad Divina”, si la devoción, ya en sí, para Dios es en extremo agradable, entonces la devoción al Sagrado Corazón de Jesús debe de ser motivo de su complacencia, puesto que en esta devoción aspiramos a imitar el Corazón de su amadísimo Hijo, Hijo en el que tiene puesta su complacencia, sí, esta devoción, si se lleva sana y cristianamente, debe de dejar verdaderamente frutos de santidad, porque ¿qué otra cosa podremos imitar del Corazón Sagrado de Jesús, que es fuente de toda virtud? Pues solamente: su santidad.
¿Por qué digo que sana y cristianamente? Bueno pues, porque si una devoción no se lleva desde la sana cristiandad, podemos caer en una falsa devoción, y este es un tema amplio; trataré de resumir lo más que pueda. Una falsa devoción es todo aquello que te lleve a solamente prácticas exteriores, que incluso pueden ser buenas, por ejemplo: dar limosna a los pobres, hacer ayunos, hacer muchas oraciones… ¿te sorprende?, pues sí, es triste pensar que muchas veces hacemos estas obras pensando que somos buenos… mientras tanto ¿qué sucede dentro de nuestros corazones? Damos limosna a los pobres, pero en casa no podemos hacer un favor con amor a nuestros padres o a nuestro abuelos; hacemos ayuno y nos abstenemos de comer lo que nos gusta, pero no dejamos de hablar mal de nuestros hermanos, amigos y compañeros de trabajo; oramos mucho pero nos dedicamos a juzgar el pecado y la vida de cada persona que conocemos. Hemos de ser bien conscientes de la diferencia que hay entre las prácticas exteriores e interiores. ¿Te das cuenta por qué esta devoción al Sagrado Corazón de Jesús, debe de ser motivo de la complacencia de Nuestro Padre Dios? Si todo lo exterior va acompañado de los sentimientos y virtudes de su amadísimo Hijo, ¿no seremos nosotros también motivo de su complacencia?; motivo de complacencia pero por los méritos de Jesús, porque de Él nos viene toda virtud, sin Él nada podemos, necesitamos su gracia para comenzar a vivir las virtudes que Él mismo nos regala.
¿Qué es y qué hace la gracia de Dios en nosotros? La gracia de Dios se refleja en la belleza del alma, y el único que puede hermosearla es Dios; comienza con puro amor de Dios, que no es como el amor que el mundo te ofrece… San Pablo nos lo explica así: “aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada. El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija en la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás” (1 Cor 13, 3-8). Todo esto es fruto del Espíritu Santo, es fruto de la gracia de Dios. Cuando el amor es de Dios, es como un amor “destilado”, destilado de todo lo terreno, de todo vicio, y esto solamente lo logra la “gracia” de Dios, esta gracia no es más que la amistad que cada quien tiene con Dios, y entre mayor es la amistad mayor es la gracia, de manera que el amor queda destilado, purificado por Dios; la manera en que Dios va destilando este amor, inicia contigo; primero debemos saber que no lo puede hacer sin ti, San Agustín lo decía: “Dios que te creó sin ti, no puede salvarte sin ti”; Dios a todos, sin excepción, nos ha dotado con tres potencias: la voluntad, la memoria y el entendimiento y, para hacerte depositario de su gracia, necesita que tú le entregues estas tres potencias, que hagas buen uso de ellas, pero, en especial, tu voluntad debes adherirla a la suya, y el proyecto primero que debemos seguir es el seguimiento de los mandamientos de la Ley de Dios, y esa es la manera más efectiva que hay de destilar el amor, puesto que te lleva al cumplimiento perfecto del amor a Dios, y del amor de Dios al amor a los hermanos; junto con todo esto tenemos dos sacramentos: la reconciliación, la comunión con acto sublime y perfecto que distingue quién está en verdadera amistad con Dios, quién está en la “gracia de Dios”, pues solo quien está en gracia de Dios lo puede recibir en comunión.
Bueno pues partiendo de esta gracia y dando el siguiente paso comenzaremos a hablar de la santidad porque la santidad comienza así: estando en la gracia de Dios, perseverando en el cumplimiento de la voluntad de Dios; no podemos dejar de hablar del Papa Francisco al tocar este tema, pues recordemos que una de las exhortaciones que hizo fue precisamente Gaudate et Exsultate, en la que nos habla del llamado a la santidad en el mundo actual, santidad a la que estamos llamados todos desde nuestra condición particular, es decir, desde nuestra propia vocación, y eso lo debemos hacer tal como lo dice el título “gozándonos y exultándonos”, sí, como las niñas cuando se ponen muy contentas y comienzan a saltar de gusto, o los bebés cuando están felices y mueven sus manitas arriba y abajo por la alegría que tienen, así es exultarnos, es tan grande el gozo que lo expresamos con nuestro cuerpo de manera incontenible, y si nos pasa eso es precisamente porque el Espíritu Santo actuó en nosotros, pues nada te puede inspirar alegría por esta razón de la santidad más que el Espíritu Santo, así como cuando María Santísima visitó a su prima Santa Isabel, y el niño que llevaba en su vientre saltó de gozo en su seno, e Isabel llena del Espíritu Santo bendijo a María Santísima y al niño que llevaba en su seno, Jesús; así es la alegría que lleva el Espíritu Santo.
Pero volviendo al tema de la santidad en nuestras condiciones particulares: madres, padres, hijos, hijas, solteros, casados, novios, maestros, contadores, etc., “sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo”, nos dice el mismo Jesús en el Evangelio de Mateo (cf. 5, 48); ¿por qué habría de asustarnos el pensar en la perfección cristiana que no significa otra cosa que la “santidad”?, ¿por qué nos sigue pareciendo lejana esa palabra, si la santidad la adquirimos desde nuestro bautismo?, es lo que nos explica nuestro catecismo; el mismo San Pablo, en sus cartas, se dirigía a las comunidades conversas como “los santos en Cristo Jesús” (Flp 1, 1); y aconsejaba: “Solamente les pido que se comporten como dignos seguidores del Evangelio de Cristo” (Flp 1, 27); pues este consejo debe de hacernos eco a todos nosotros.
“Nos hiciste Señor para Ti e inquieto está nuestro corazón hasta que no descanse en Ti” decía San Agustín. Dentro de la gracia de Dios encontramos la alegría, el gozo, la serenidad o el consuelo en las contrariedades, la esperanza, la paz, la bondad, la humildad y cualquier otra virtud, hay orden; fuera de Dios lo que hay es: tristeza, discordia, angustia, preocupación, ira y cualquier otro tipo de desorden, de pecado. Este puede ser un buen parámetro para ver de qué lado estamos, en la gracia o en el pecado.
El Señor nos llama a ser luz y sal de la tierra, y eso mismo hemos de ser en cada una de nuestras vocaciones, “padres que crían con tanto amor a sus hijos; en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas cansadas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad “de la puerta de al lado”, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios”, nos dice el Papa Francisco en el numeral 7 de la exhortación apostólica Gaudete et Exultate, en ésta misma exhortación el Papa nos dice: “la santidad no es sino la caridad plenamente vivida”. Eso hemos de practicar en el día a día desde nuestra vocación sobre todo con los más cercanos; con quienes más convivimos es a veces con quién más trabajo cuesta, y es en donde más hemos de vivir la caridad, la madre con el esposo y los hijos, lo mismo que el papá, de manera que de ellos aprenderán los hijos, este es el núcleo de nuestra existencia en este mundo, la familia.
Y qué decir de los jóvenes, ¿cómo vivir la santidad? ¿Cómo vivir la caridad?, en su ocupación de estudiantes, en su relación con las amistades practicar la caridad, escuchar al amigo en sus problemas, dar un buen consejo, acompañarse y ayudarse; con la novia o el novio, practicar la fidelidad, el respeto, la escucha, el bienestar del otro… la castidad, virtud tan hermosa y olvidada en estos tiempos por los jóvenes, y cualquier otra persona soltera, si no eres llamada, llamado al matrimonio, entonces práctica lo propio de tu estado: la castidad.
Es cierto que el amor en la unión de un hombre y una mujer es muy hermoso, y hasta fundamental pues es parte de la creación de Dios, es esencial para nuestra existencia, nuestro Catecismo nos lo explica: “Dios, que es amor y creó al hombre por amor, lo ha llamado a amar. Creando al hombre y a la mujer, los ha llamado en el Matrimonio a una íntima comunión de vida y amor entre ellos, ‘de manera que ya o son dos sino una sola carne’ (Mt 19, 6). Al bendecirlos, Dios les dijo: ‘Crezcan y multiplíquense” (Gn 1, 28) y precisamente por eso y porque está claro que viene de Dios, debe de llevar la bendición de Dios, pues el mismo “Jesucristo no solo restablece el orden original del matrimonio querido por Dios, sino que otorga la gracia para vivirlo en su nueva dignidad de sacramento, que es el signo del amor esponsal hacia la iglesia: “maridos, amad a sus mujeres como Cristo ama a la Iglesia” (compendio del catecismo numeral 337; CEC 341, 1601-1605; CEC 1612-1617; 166). Lo santo, lo perfecto, es llevar esa unión al Sacramento del matrimonio, y vivirlo en justicia y santidad, ése es tu camino para llegar a la perfección cristiana: el matrimonio, buen padre, buena madre, buen esposo, esposa, tu trabajo lo llevas en santidad haciendo lo que es grato a los ojos de Dios. Y como fundamental para cada estado será siempre el seguimiento de la ley de Dios, el seguimiento del Evangelio, sea cual sea tu condición particular de vida.
Que el término “santidad” no te asuste y confunda pensando que solamente es para unos pocos, la santidad desde el bautismo la adquirimos, es cuestión de la gracia y de tu voluntad adherida a la de Dios; que esa santidad se mantenga y fructifique, y el grado al que puedas llegar, recuerda: que para nosotros, devotos al Sagrado Corazón de Jesús, mayor es nuestro compromiso en el cumplimiento de nuestra hora de guardia al Sagrado Corazón de Jesús, la hacemos en presencia, en espíritu a Nuestro Señor en el Sagrario, sin cambiar nada de nuestras actividades diarias, viviendo en amor cada circunstancia que se nos presente, ofreciéndole nuestros pensamientos, palabras, obras, alegrías y sufrimientos de esa hora.
El verdadero amor lo experimentamos únicamente cuando está “destilado” por la gracia de Dios, ese es el amor que al vivirlo te puede llevar a la santidad.
Lecturas que te sugiero para conocer la verdadera de devoción, la santidad en nuestro mundo actual y conocer el Amor de Dios son: Introducción a la vida devota de San Francisco de Sales que contiene también ejercicios espirituales, la exhortación apostólica Gaudate et Exultate del Papa Francisco, la Encíclica Dios es Amor del Papa Emérito Benedicto XVI estás dos últimas las puedes comprar en alguna librería católica o descargar gratuitamente de la página del Vaticano, y el libro se San Francisco de Sales de igual manera en alguna librería católica o ayudar con tu compra a las monjitas del Monasterio de la Visitación de tu país.
Dios sea Bendito.