• 08/09/2024

Blog del Sagrado Corazón de Jesús: Jesús leproso

Sagrado Corazón de JEsus

Blog del Sagrado Corazón de Jesús: Jesús leproso

Jesús ¿leproso?

Se le acerca un leproso, suplicándole de rodillas: “Si quieres, puedes curarme”. Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: “Quiero: queda limpio”. La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: “No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio”. Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes (Mc 1, 40-45).

Los leprosos estaban enfermos del cuerpo y del alma. Eran alejados de sus familias, de su casa, de su tierra. Enfermos del cuerpo, porque vivían sufriendo una terrible enfermedad que les restaba alegría, energía, vitalidad. Enfermos del alma, porque eran considerados impuros, según la ley de Moisés y las costumbres judías. Ellos eran contagiosos no solo por razones de salud, sino que además lo eran en sentido espiritual; si alguien los tocaba, quedaba impuro también, y no podría acercarse a ninguna cosa que tuviese que ver con la comunidad, el culto o la vida religiosa judía.

Los leprosos, siendo considerados impuros, debían gritar a la gente que pasaba, en despoblado, cerca de ellos: “estoy contaminado, soy impuro” (Lv 13, 45). Y esto, para prevenir a los demás y no se vieran contaminados al acercarse a ellos: además, debían vagar errantes en las afueras de las ciudades; afortunadamente para ellos había muchos y formaban grupos de impuros y desterrados, según la ley, hasta que su salud fuera restaurada; sin embargo, esta enfermedad era incurable en aquellos tiempos. Un leproso estaba condenado a morir fuera de la paz y de la Alianza, por el puro hecho de haber enfermado terrible e inocentemente. Eran enfermos lamentables. Dignos de verdadera lástima. Dignos acreedores de una elegía.

Pero un leproso, un enfermo del alma, se acercó a Jesús (teniendo prohibido acercarse a cualquiera) sabiendo que él es poderoso, teniendo fe en que al suplicar la salud del cuerpo y del alma a ese galileo que iba cobrando gran fama, se curaría; le suplicó que le ayudara, que alejara de él aquella terrible enfermedad que lo estaba matando. Jesús lo miró, seguramente con amor, pero también con compasión, comprendiendo que cualquiera es inocente de cualquier enfermedad. Jesús, que ha venido a destruir a la muerte, comienza en aquel hombre la obra maravillosa del Padre que ha venido a visitar y a redimir a su pueblo; le mira y le atiende; la enfermedad es signo de la muerte, de nuestra débil condición. Curar enfermos es vencer la muerte de a poquito.

Jesús mira pues, con amor, a ese ser desgraciado a quien la enfermedad ha postrado lamentablemente. Y le dice: sí quiero, queda sano. ¡Qué alegría saber que es posible regresar a casa, totalmente recuperado! Saber que es posible estar de regreso en casa, con los hijos o con los padres. Regresar a disfrutar la comida caliente y el pan, el queso, y el vino; saberse perdonado por el mismísimo Dios de la Alianza, sentir en el cuerpo la salud, la piel rejuvenecida; sentir al mismo tiempo el alma limpia, pura. Aquel hombre podrá ir nuevamente a la sinagoga cada sábado para escuchar las enseñanzas de los rabinos. Podrá incluso ir al templo y dar gracias.

Efectivamente, Jesús envió a aquel hombre curado a dar gracias y a llevar la ofrenda de la purificación; y lo manda con las autoridades competentes en esta materia, lo manda que vaya con el sacerdote, el cual lo declararía completamente sano y le declararía a la vez su nueva condición de hombre puro ritualmente. Ahora ya no tendría que esconderse, ni llevar esas ropas deshechas y la cabeza descubierta. Ahora podrá transitar por cualquier ciudad y dejará de andar vagando por las afueras.

Jesús lo manda ante el sacerdote, y le advierte: “no se lo digas a nadie”; esta advertencia la encontraremos varias veces en san Marcos, es el llamado “secreto Mesiánico”, a saber: Jesús no quería que se le proclamara el Mesías, puesto que de esta suerte, no tendría tiempo de anunciar el evangelio del reino de Dios, la buena nueva. Por otro lado, san Marcos prepara el camino de Jesús hasta la muerte de cruz, donde es proclamado, efectivamente: el Hijo de Dios.

Pero aquel hombre recién curado no dejó de anunciar, a cualquiera que le viera, la verdad sobre su sanación, a todo mundo le dijo que Jesús de Nazaret lo había curado. Y luego ya no podía Jesús entrar abiertamente a ningún pueblo, se quedaba en lugares solitarios, y allá acudían a él de todas partes. Ahora comprendemos más ese secreto mesiánico. Jesús no puede avanzar como quisiera. Su fama se extendía más y más. Pero una cosa es ser famoso y otra ser proclamado el Mesías. Leeremos más milagros y más eventos en los que Jesús prohíbe a sus discípulos revelar que él es el Mesías.

Que contradicción. El leproso era el que no podía antes entrar en ninguna ciudad, le estaba prohibido por la ley; y Jesús, que lo había curado, ahora no podía entrar; el otro, antes vagabundo de las afueras, estaba en casa; Jesús, por el contrario, no podía entrar a ningún lugar habitado y debía quedarse en lugares desiertos, como si él mismo fuese leproso; es cierto que él cargó con nuestros dolores.

Pero Jesús no necesitaba entrar a ningún poblado, ahora la gente salía a buscarlo allá en las afueras, donde se había quedado, y venían porque sabían que la vida está donde está Dios; y allí en el desierto, curó a muchos. El desierto, lugar de muerte, se convertía ahora en el lugar de la vida, seguramente las ciudades se estaban quedando vacías, muchos seguían a Jesús y le buscaban para hallar en él palabras de vida, y también, para obtener de él, la salud del cuerpo y la pureza del alma.

*Artículo del padre Pacco Magaña sacerdote de la Guardia de Honor del Sagrado Corazón de Jesús.

Se podrían preguntar que tiene que ver este artículo con el Sagrado Corazón de Jesús y la verdad es que mucho. Este artículo nos enseña que tipo de amor es el de Jesús. Quien quiera amar al Sagrado Corazón de Jesús debe ser consciente de que para amar como Él hay que ser capaces de abrazar al leproso y besarlo tal y como lo hizo San Francisco.