Jesús y su Madre
Taide Leticia Martínez Montiel
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella el discípulo a quien amaba, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo.” Luego dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre.” Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. (Jn 19, 25-27)
Esta cita bíblica es el preámbulo a la apertura del Corazón de Cristo. Al pie de la cruz de Jesús se encontraban quienes se mantuvieron fieles al lado de María Santísima, su madre.
Qué momento más doloroso, tanto para los discípulos —considerando a las mujeres que le acompañaban y a San Juan—, pero sobre todo para María Santísima, pues veía a su divino Hijo, —la promesa de Dios esperada por siglos y siglos— sufriendo y crucificado; pero también lo contemplaba amando intensamente a los hombres.
En medio de la muchedumbre que insultaba, se burlaba y crucificaba a Jesús, en medio de ese lugar y en ese momento, había corazones que enardecían de los más viles sentimientos, hacía él; pero también estaban, aunque pocos, los corazones que ardían de amor y dolor; un amor firme e indeleble, un amor que ni el peligro, ni la muerte, les había hecho temer y correr; seguían fieles a su lado, aunque ahora al pie de la cruz; lo llevaban “como un sello en su corazón”, como versa el poema de Cantar de los Cantares, (8, 6). Pero había un corazón más especial aun, un Corazón Sagrado: el de Jesús, que inmolado, produjo los más excelsos sentimientos que jamás nadie ha podido ni podrá igualar, no al grado de Jesús; pues en medio de los dolores producidos por la crucifixión, el abandono de los suyos, el maltrato de aquellos a los que alguna vez favoreció con su presencia, su mensaje, su enseñanza y hasta sus milagros de poder y de amor; también estaba experimentando el abandono de Dios Padre.
En medio de todo eso, nos relata la cita: Jesús, viendo a su madre y junto a ella el discípulo a quien amaba, nuestro Señor tiene un vuelco en el Corazón, porque viéndolos ahí juntos, en lugar de buscar una palabra de consolación, solo pensó en el bien de ellos y dejó actuar su Corazón amoroso; dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, entregó lo más preciado que tenía en su vida, en este mundo: su madre, María; y aunque en ese momento ella “sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor” (CEC 964) deja a un lado su dolor y asume su maternidad espiritual “en el orden de la gracia”; no solo en Juan, sino con Juan en todos nosotros que somos pueblo rescatado por la sangre de Cristo, derramada en la cruz.
María Santísima es la herencia, ¡el regalo de Jesús, a nosotros desde la cruz!; un regalo fruto del amor que brota del Sagrado Corazón de Jesús; debemos tenerla como la mujer, la madre de Dios y madre nuestra por ternura de Él; la santa más preciada para nosotros; así como hizo San Juan al recibirla del mismo Jesús: Luego dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre.” Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.
Dios sea Bendito