Blog del Sagrado Corazón de Jesús: La diferencia entre declarar y anunciar:
Jesús se retiró con sus discípulos hacia el mar, y le siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón, una gran muchedumbre, al oír lo que hacía, acudió a él. Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran. Pues curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle. Y los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: “Tú eres el Hijo de Dios”. Pero él les mandaba enérgicamente que no le descubrieran (Mc 3, 7-12).
Las muchedumbres seguían a Jesús. Multitudes reunidas de muchos lugares que se habían enterado del poder milagroso de Jesús y de sus palabras de vida. Jesús tenía que hacer uso de su ingenio para poder atender a tanta gente. Y él prefería anunciar el proyecto del reino de Dios, sin embrago nunca dejaba vacío a cualquiera que se le acercara para obtener la salud y el perdón. En aquella ocasión subió a una barca. Él curó a muchos enfermos; estos se le amontonaban para suplicarle que los curara. Los espíritus inmundos se le arrojaban a los pies para gritarle una verdad: “tú eres el Hijo de Dios”.
La predicación del reino de Dios la hace Jesús. Él es el promotor de este proyecto de salvación que el Padre le ha mandado. El anuncio del reino es obra de Dios y es anunciado y proclamado por él mismo. También es anunciado por los que Jesús escogió para este proyecto del reino. El reino es invención, creación de Dios y es de su propiedad; los destinatarios de este proyecto de esta obra son los hijos de Israel, en un primer momento, pero también los hombres y mujeres de cualquier nación que crean y esperen en Jesús.
Así pues, el proyecto del reino, siendo de orden divino será solamente anunciado por Jesús y por los que crean en esta maravilla. Tal vez por eso Jesús callaba a los espíritus inmundos cuando estos gritaban la verdad: “tú eres el Hijo de Dios”.
El anuncio del reino de Dios y del evangelio es cuestión de fe, del convencimiento causado en los corazones por la Palabra, por la predicación. Ahí está la diferencia de lo que los espíritus inmundos hacían y la predicación de Jesucristo y la predicación apostólica: los espíritus inmundos no son partidarios del plan de Dios, al contrario, quieren echar por tierra el proyecto, quieren dejar a Jesús al descubierto. Al gritarle a Jesús que él es el hijo de Dios no lo están proclamando, están queriendo poner a Jesús en evidencia para que su plan de anunciar el reino no fructifique. Cuando ellos gritan esta verdad solamente se oponen al verdadero plan del Altísimo: que Jesús sea proclamado como fruto de la experiencia de fe, de la experiencia del encuentro.
Seguramente por eso Jesús los callaba, porque no era la fe lo que a estos seres los movía a decir la verdad: que Jesús es el Hijo de Dios. No. Ellos se querían adelantar al proyecto del reino que apenas comenzaba Jesús a anunciar. Las palabras y obras que trae consigo el evangelio debían tener lugar y dar ocasión así a que unos creyeran y aceptaran en su corazón a Jesús como el Mesías. Si los espíritus inmundos gritaban que Jesús es el Hijo de Dios, estarían poniendo dificultades al anuncio.
Efectivamente, no son los espíritus quienes anuncien el evangelio, sino que serán los apóstoles y sus sucesores, y al final, todo creyente, toda creatura convencida profundamente de que Jesús es el hijo de Dios, pero como resultado haberlo aceptado como tal en su corazón.
Y es que el anuncio del evangelio no se trata solamente de anunciar esta verdad de que Jesús es el Mesías, sino también de dar testimonio de aquello que se ha tenido como experiencia, de lo que se ha podido ver, escuchar y valorar. No se trata de verdades ontológicas sino de verdades de fe: se anuncia lo que se cree. No es solamente decir verdades, sino estar sujetos a ellas. No se trata de verdades que se conozcan, sino de verdades que se crean y de verdades que salvan. Esos espíritus no lo anunciaban por fe, sino por hacer escándalo.
Efectivamente, Jesús estaba queriendo realizar este anuncio del reino y por eso anunciaba estas cosas al mismo tiempo que realizaba obras que declararan la verdad que salva. Más tarde dirá a sus discípulos que nada hay oculto que no llegue a saberse, que no se enciende una lámpara para esconderla, que lo que se dice en secreto deberá anunciarse desde las azoteas, que una ciudad no se puede ocultar si está edificada sobre una montaña. De esto se trata: de anunciar el proyecto de un reino en el que se ha creído, de ser testigos de la verdad, no solamente de declarar los hechos. Los mismos judíos, habiendo visto a Jesúshacer milagros y habiendo escuchado tantas enseñanzas, no terminaron por comprender ni aceptar en su corazón a Jesús como el Mesías prometido y esperado. No. Ellos necesitaron escuchar la predicación de los que sí estaban convencidos, de los que fueron testigos quizá de las mismas cosas que ellos, pero que supieron descubrir en Jesús al salvador del mundo.Un ejemplo de esto son los discípulos de Emaús, que iban abatidos hacia su aldea cuando Jesús les salió al paso y tuvo que explicarles que era necesario que el Mesías padeciera todo eso antes de entrar a su gloria. Y aun con eso no se convencieron sino hasta que reconocieron en aquel forastero a Jesús de Nazaret resucitado. Sólo entonces, cuando se les hubieron abierto los ojos y creyeron en la resurrección anunciaron a Jesús; regresaron a Jerusalén para reunirse con los demás y compartirles su experiencia con el resucitado. Otro caso parecido es el de la samaritana, que, después de escuchar a Jesús en aquel pozo, creyóen él, debido al encuentro personal que tuvo de frente al Salvador, y, al final fue a decírselo a los suyos, para que también lo conocieran y creyeran.
De esto se trata el evangelio, de anunciar aquello de que se ha sido testigo. Por estas y otrasrazones lo que gritaban los espíritus inmundos no tenía valor, porque aunque lo que anunciaban era una verdad, esta no surgía de ninguna experiencia de fe, de ninguna experiencia de encuentro con Cristo, del contacto personal con el corazón de Jesús y,además, no tenían por objeto suscitar la fe en quienes los escucharan.
Sí amigos. Lo que hacían esos espíritus no era anunciar, proclamar, ellos vociferaban, ellos querían poner al descubierto un reino que Jesús quería que se fuera desvelando poco a poco. Ellos alardeaban, no evangelizaban. Además no es suficiente decirle a Jesús “tú eres el Hijo de Dios”, es necesario anunciarlo a otros. Eso sería anunciara a Jesús como el Mesías. ¿Qué objeto tenían esos espíritus al gritarle a Jesús que él es el Hijo de Dios? Solamente estropear el plan. Recuerdo que más adelante hay alguien que le declara lo mismo, pero con sinceridad, con amor, con fe, el ciego Bartimeo: “Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí” (Lc 18, 39). Cuanta diferencia existe en estas dos maneras de expresar la misma verdad. Uno suplica, los otros declaran, vociferan.
En estos tiempos difíciles, donde parece faltar fe en el mundo, es bueno recordar estas cosas y tener presente y muy claro en el interior, que Jesús es el hijo de Dios, y al mismo tiempo, anunciarlo con obras y palabras, cada uno según sus capacidades y según sus recursos, y su condición específica y según su amor. Conozcamos nuestra fe y anunciémosla.
El autor de este artículo es el Padre Pacco Magaña sacerdote de SLP, Mexico, GdH del Sagrado Corazón.
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