Blog del Sagrado Corazón de Jesús: La Encarnación del Hijo de Dios:
Viva + Jesús
LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS
Y la Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros.
Y nosotros hemos visto su gloria,
la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad (Jn 1, 14)
Cada que vivimos momentos grandes de fe dentro de nuestra Iglesia es tan fuerte la acción del Espíritu Santo, que deja en nosotros, y hasta ya casi finalizando el festejo, o es más ya finalizándolo, nos deja ese sentimiento de gozo, y así mismo pasó en esta Navidad que acabamos de vivir, ese nacimiento de Dios que nos maravilla y que año con año recordamos como la parte más dulce y tierna de Dios para con nosotros.
A veces, puede pasar que perdamos el sentido de la Navidad al dedicarnos tan solo a comprar regalos para nuestros seres queridos, y es bueno demostrar nuestro amor con un detallito de cariño para los que amamos; pero hemos de mantener el foco en lo más importante, en el regalo de Dios que ha tenido para nosotros: Jesús, el verbo encarnado, hecho hombre para nosotros. Para convertirse en “Dios con nosotros” (Cfr Mt 1, 23).
Cuando hablamos de “la Encarnación del Hijo de Dios”, inmediatamente pensamos en Jesús, ¿pero nos hemos puesto a meditar sobre este gran misterio?
Soy Guardia de Honor del Sagrado Corazón de Jesús, y esta devoción, fiel a la Iglesia, está totalmente ligada a cada misterio de la fe, ¿por qué? Porque contemplamos a Nuestro Salvador, contemplamos al verbo de Dios hecho hombre, contemplamos su Corazón, su amor por nosotros.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos explica en su numeral 461 que: ‘la Iglesia llama «Encarnación» al hecho de que el Hijo de Dios haya asumido una naturaleza humana para llevar a cabo, por su encarnación, nuestra salvación’. Esto es algo hermoso, porque viendo desde la virtud, y siendo que Dios mismo es la perfección, se abajó en toda su dignidad de Dios, en toda su majestad, para ser uno como nosotros, para ser también verdadero hombre, además de ser verdadero Dios; pero retomando el tema de la virtud, el haberse “encarnado” nos habla de su “humildad perfecta”. Dice el mismo numeral del Catecismo: ‘En un himno citado por san Pablo, la Iglesia canta el misterio de la Encarnación: «Tengan entre ustedes los mismos sentimientos que tuvo Cristo: el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2, 5-8; cf. Liturgia de las Horas, Cántico de las Primeras Vísperas de Domingos).’
¿Cómo es que, Él siendo Dios quiso ser hombre? Sin dejar de ser Dios, ¿por qué quiso ser hombre?, ¿por qué siendo Dios se abajó tanto al grado de ser un hombre, siendo que el hombre mismo es creación de Dios?, pues bien, creo firmemente que Dios está profundamente enamorado de nosotros, creo que nos ama hasta la locura; y no hay que escandalizarnos de que pueda utilizar la palabra “locura” al hablar de Él, porque recordemos lo que decía el mismo San Pablo: “Porque la locura de Dios es más sabia, que la sabiduría de los hombres” (1 Co 1, 25), pues, de la misma manera, creo que su amor por nosotros es excesivo que nos ama hasta la locura; siendo nosotros su misma creación, su amor es tan extremo que quiso ser uno de nosotros, sin perder su divinidad; su amor por nosotros y su amor por Dios Padre, pues como lo leímos hace unos momentos se encarnó para así llevar a cabo nuestra salvación.
Si recordamos un poco cómo era la relación del hombre con Dios, antes del nacimiento de nuestro Señor Jesús, es decir, en el Antiguo testamento, algunas veces fue de temor y desconfianza por parte de personas y de los pueblos, siendo eso mismo el motivo de sus caídas, el primer ejemplo, la caída de Adán y de Eva (cfr. Gn 3, 1-24); recordemos también cuando Moisés subió al monte a recibir los diez mandamientos, al tardar en bajar el pueblo se construyó un “becerro de oro” para adorarlo (cfr. Ex 32, 1-7); otro ejemplo es el pueblo elegido, que pensó que Dios los había llevado al desierto para dejarlos morir de hambre; murmuraron mucho de Dios, del mismo Moisés, todas estas son muestras de desconfianza a Dios; hasta nuestros días recordamos este hecho y rezamos en las Laudes, el salmo 94: «Es un pueblo de corazón extraviado, que no conoce mis caminos», y sí, en efecto, ese extravío del corazón sucede cuando Dios no es el eje de nuestra vida. Comparemos ahora con algunos de los que confiaron en Dios de manera extraordinaria, como Abraham (cfr. Ex 15, 1-6, Heb 6, 13-15), Moisés (cfr. Ex 4, 19-20), el rey David (cfr. 1 Sam 17, 37. 45-47), que tenían una gran confianza en Dios, un gran amor por Dios, ellos deseaban hacer su voluntad, lo amaban tanto como para entregarle su vida, su destino, su corazón. Pero la gran mayoría temía y no confiaba, lo veían lejano, no tenían ese contacto pleno con Dios; les hablaba por medio de los profetas, hasta que precisamente se ven cumplidas las profecías acerca del nacimiento del “Mesías” (el ungido), el Salvador: “Saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño brotará de sus raíces. Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor” (Is 11, 1-2), “Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emanuel” (Cfr. Is 7, 14), y de hecho María Santísima es, después de Jesús, la más perfecta en la confianza y amor a Dios, y llega el momento esperado por todo judío “La Encarnación del Verbo de Dios”: “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Cfr. Jn 1, 14), “María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre” (cfr. Lc 2, 7), y aquí podemos ver manifestado el amor de Dios, lo podemos ver nacer, crecer, sentir, sufrir, amar, con un Corazón de carne, como nosotros, como hombre, igual en todo, menos en el pecado (cfr. Heb 4, 15); y llegando también a “morir y resucitar con el poder de Dios”, dejándonos así la esperanza de poder seguirlo para llegar a la vida eterna. La finalidad de la Encarnación nos la dice nuestro Compendio del Catecismo, numeral 85: ‘El Hijo de Dios se encarnó en el seno de la Virgen María, por obra del Espíritu Santo, por nosotros los hombres y por nuestra salvación: es decir, para reconciliarnos a nosotros pecadores con Dios, darnos a conocer su amor infinito, ser nuestro modelo de santidad y hacernos «partícipes de la naturaleza divina» (2 P 1, 4)’.
A conocer y reflexionar la Encarnación de Dios nos puede ayudar Santa Margarita María Alacoque, pues su misión fue: dar a conocer al mundo el Amor de Dios hecho carne en Jesús y manifestado en su Corazón (cuadernillo de Santa Margarita María: Amar al amor, pág. 27).
Podemos constatar que esta misión de Santa Margarita María es tan fiel a la Iglesia que resulta inevitable seguirla, consultando el depósito de la fe que tenemos con palabras de nuestro Papa Benedicto XVI, que recién falleció, Dios lo tenga en su gloria: ‘En el lenguaje bíblico, el «corazón» indica el centro de la persona, la sede de sus sentimientos y de sus intenciones. En el corazón del Redentor adoramos el amor de Dios a la humanidad, su voluntad de salvación universal, su infinita misericordia. Por tanto, rendir culto al Sagrado Corazón de Cristo significa adorar aquel Corazón que, después de habernos amado hasta el fin, fue traspasado por una lanza y, desde lo alto de la cruz, derramó sangre y agua, fuente inagotable de vida nueva’, esto lo dijo casi recién elegido Papa en su audiencia general del 6 junio de 2005, lo dijo ya con toda la madurez y experiencia sacerdotal que tenía.
Que la bienaventurada Virgen María, que dio su “sí” a Dios para que la Encarnación del Verbo se llevara a cabo, interceda por nosotros, de tal manera que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, se siga nutriendo al contemplar la Encarnación de Dios, al contemplar su Corazón de carne, Dios hecho hombre, muerto y resucitado por su amor inconmensurable a nosotros.
Dios sea Bendito
GDH Taide Leticia Martínez Montiel
Sagrado Corazón de Jesús en Vos confío.