Blog del Sagrado Corazón de Jesús: Les mostró sus manos y su costado
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, los discípulos tenían cerradas las puertas del lugar donde se encontraban, pues tenían miedo a los judíos. Entonces se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “la paz con ustedes.” Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: “La paz con ustedes.
Cómo el Padre me envió, también yo los envío.”
Dicho esto, sopló y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos” (Jn. 20, 19-23).
Estamos en plena Octava de Pascua, tenemos aún el dulce sabor de la Resurrección del Señor, mantenemos el gozo que nos ha hecho vivir muy especialmente en esta Vigilia Pascual; aún está latente en nuestro corazón y en nuestra mente el Pregón Pascual:
“Exulte también el coro de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo, y por la victoria de Rey tan poderoso que las trompetas anuncien la salvación / Goce también la tierra, inundada de tanta claridad, y que, radiante con el fulgor del Rey eterno, se sienta libre de la tiniebla que cubría el orbe entero”.
Siguiendo un poco la continuidad de la Liturgia de este día, que aún vivimos, pues la fiesta de la Resurrección es tan grande que se lleva a vivir a una octava, alargando así este festejo, es turno de recordar la “Aparición a los discípulos”, que es el versículo que contemplaremos en esta ocasión: “Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, los discípulos tenían cerradas las puertas del lugar donde se encontraban, pues tenían miedo a los judíos”. Cabe mencionar que, para este momento, María Magdalena ya había visto, muy de madrugada, a Jesús resucitado, y había avisado a los discípulos, tal como Jesús se lo mandó, aunque ellos no lograron verlo. Hasta este momento, y por iniciativa del Señor, ya al atardecer, estando los discípulos encerrados, por el miedo, tristes por la muerte de su Señor, pues aún no comprendían la resurrección, Jesús se presentó en medio de ellos; para él no hay barreras ni impedimentos; para seguir cumpliendo la voluntad del Padre, debía ver a sus “hermanos”, como él mismo les llama. El título de este capítulo se llama Aparición a los discípulos, es decir, en este lugar no solo estaban los apóstoles; de hecho, están solamente diez de ellos −pues en ese momento no se encontraba Tomás, ya no contaban con Judas y aún no se elegía al doceavo apóstol, que fue Matías−, sino que además estaban los que lo seguían de cerca y también escuchaban sus enseñanzas y le amaban.
Nuestro Señor, que conoce el corazón de cada uno y sabiendo la aflicción en la que se encuentran, lo primero que les dice es: “La paz con ustedes”. Si hacemos un poquito de memoria y recordamos el consejo que él mismo les daba a los setenta y dos, cuando los envío a precederlo para su llegada a otros lugares, fue precisamente desear la paz. Pero con ellos, con sus discípulos más cercanos, añadió algo más: “Les mostró las manos y el costado”, y esto es nuevo para ellos, pero efectivo, pues además de acoger su paz de instantáneo, en seguida se alegran de verlo; ¿qué hay en las manos y el costado del Señor?, continuemos con el recuerdo del Pregón Pascual: “Porque él ha pagado por nosotros al eterno Padre la deuda de Adán y derramando su sangre, canceló el recibo del antiguo pecado”; sabemos que las llagas de Cristo son el signo de amor más grande que él puede mostrarnos; versa el mismo pregón: “¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!”; él mismo, sin mencionar las llagas, pero sí la entrega de su vida dijo: “nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn, 15, 13), y eso que hay “grabado” en las manos del Señor, es sin duda, el amor que nos tiene; sus llagas gloriosas no las quiso regenerar de sus manos ni de su costado, las quiso conservar como la mayor muestra de amor que nos tiene.
Este fue un momento de sanación del corazón de todos los que estaban ahí reunidos, en dos acciones que hizo Jesús, nuestro Señor: darles la paz y mostrar sus manos y su costado; la paz y el amor, dos cosas que ya había en ellos, pero por el trago amargo de la crucifixión y muerte de Jesús, estaban heridos, “y fuimos curados con sus heridas” (Is 53, 5).
La siguiente parte ahora sí ya va dirigida totalmente a los apóstoles: Jesús les dijo otra vez: “La paz con ustedes. Como el Padre me envió, también yo los envío”.
Dios Padre envío a su Hijo único a dar la vida por sus hermanos, nosotros; no solo eso, sino que la dio en la plenitud del amor; lo que instituyó aquel Jueves Santo y bendito, lo viene a sellar en su resurrección, envía a los apóstoles con todo el poder del Padre, pues los envía tal como el Padre lo envío a él mismo; lo profundo de estas palabras de Jesús, no lo agotaríamos al tratar de explicar en este artículo, pero creo firmemente que cada uno de los sacerdotes, lo primero que deben saber en su corazón es el sentirse: “elegidos de Dios, santos y amados” (Col 3, 12).
Aquel Jueves Santo, les dio un mandamiento nuevo: “el mandamiento del amor” e instituyó el Sacerdocio, que viene a reforzar con lo siguiente: Dicho esto sopló y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos”. Este poder nadie más en el mundo lo tiene, solamente los sacerdotes, por el poder y la gracia de Dios; perdonar es un acto de amor muy grande, y perdonar los pecados es más propio de Dios que de nadie; aquí radica la santificación de los sacerdotes: santos por poder y gracia de Dios. “Reciban el Espíritu Santo”, que es el lazo de amor entre el Padre y el Hijo; don de Dios Altísimo, don inmerecido, pero donado por el Padre por medio de su Hijo. Y una vez recibido el Santo Espíritu: “revístanse del amor, que es el broche de la perfección” (Col 3, 14).
Estas palabras las dirijo a cada uno de los sacerdotes: “elegidos de Dios, santos y amados”; por poder y gracia de Dios ustedes ya fueron dotados de paz, de amor y de gracia; como seres humanos, no son perfectos, pero si “perfectibles”; con la acción del Espíritu Santo, si día a día traen a su memoria esta cita y se sienten presentes en ese momento, traten de escuchar las palabras y la acción de Jesús: “la paz con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado; entonces, vendrá la paz y la alegría a ustedes, abísmense especialmente en la llaga de su costado, que es la fuente misma del amor.
Nosotros, fieles de Dios, discípulos de Jesús, amados de Jesús, continuemos acercándonos a él, y recordemos siempre esta misma cita, que igualmente nos dará paz y alegría, valoremos el don del sacerdocio, cuidemos a nuestros sacerdotes; sin ellos no hay Confesión, ni Eucaristía, ni otros Sacramentos; amemos a los sacerdotes, no por interés, sino como regalo de Dios; no con el amor del mundo, sino como Jesús nos lo ha dicho: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros; que, como yo los he amado, así se amen también entre ustedes. Todos conocerán que son discípulos míos en una cosa: en que se tienen amor los unos a los otros” (Jn 13, 34-35)
Les mostró las manos y el costado, (Jn 20, 20) y fuimos curados con sus heridas” (Is 53, 5)
Por: Hija de Dios: Taide Leticia Martínez Montiel