En el año 1930 se celebró en CARTAGO, ciudad del Norte de África, el XXX CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL. Entre las hermosísimas ceremonias, que con tan fausto motivo tuvieron allí lugar, fue sin duda la más tierna y conmovedora la funcion de los niños en el antiguo anfiteatro, donde corrió tanta sangre de mártires en tiempos de las persecuciones. Alrededor del anfiteatro se agrupaban miles y miles de espectadores de todas las naciones de la tierra. En el sitio ocupado en los pasados siglos por los senadores y notables de Cartago, esperaban la fiesta los cardenales y obispos. Todos tenían puesta la mirada en el arco opuesto a su tribuna. Por aquel arco entraban en otro tiempo los mártires, a abrazarse con las fieras y a recibir las palmas de la victoria: por allí entraron aquella tarde, entre los aplausos de los espectadores, numerosos ejércitos de niños y niñas, todos vestidos de blanco y trayendo en sus manos palmas verdes y doradas. «¡Yo soy cristiano!», eran las primeras palabras que cantaban al pasar el arco y pisar aquella arena, regada por la sangre de tantos mártires. «¡Yo soy cristiano!», repetían frecuentemente en sus cánticos a la vez que agitaban sus palmas con vibrante murmullo. Parecía un desafío a los modernos perseguidores de la Iglesia.
San Sancto, uno de los mártires de Lyon, sufrió con un valor sobrenatural los tormentos de los verdugos, sin poder arrancarle otra respuesta que ésta: «¡soy cristiano!», «¿Cómo te llamas?», «Soy cristiano», «¿De dónde eres?», «soy cristiano», «¿De qué familia?», «Soy cristiano», «¿Eres libre o esclavo?», «Soy cristiano», después de indecibles tormentos, en vista de su inquebrantable silencio, aplicaron a las partes más delicadas de su cuerpo planchas de cobre candente, quedando todo taladrado, desgarrado, sangriento y medio consumido. Recobró milagrosamente la salud y de nuevo le hicieron sufrir los mismos tormentos anteriores en medio del anfiteatro, hasta que terminó su vida de una estocada, que recibió en el cuello, sin pronunciar otra palabra, sino «Yo soy cristiano»
Somos cristianos por la gracia de Dios. «¿Qué cosa hemos hecho nosotros, decía San Alfonso María de Ligorio, para no vernos turcos con el turbante en la cabeza, o infieles, o fuera de la Iglesia católica?» Demos gracias a Dios, que nos ha hecho nacer en la Iglesia Católica y no entre herejes e infieles.
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