Bienaventurados los pobres, los que padecéis hambre, los que lloráis, los que os maldicen. Estas cuatro bienaventuranzas esconden 4 virtudes: la templanza, la justicia, la prudencia y la fortaleza.
Hay personas que quizá pretenden vivir su fe cristiana como si no importaran las obras, porque al fin y al cabo ya son salvos, como dice San Pablo en Efesios 2, 5: de gracia habéis sido salvados. Muchos cristianos malinterpretan estas palabras y piensan que al recibir la gracia de Dios ya son salvos, y por tanto, las obras, es decir, las virtudes no sirven de nada. Sin embargo, si leemos el mismo San Pablo en Filipenses 2,12 vemos que dice: Así, pues, amados míos, como siempre habéis obedecido, no sólo cuando estaba presente, sino mucho más ahora que estoy ausente, con temor y temblor trabajad por vuestra salvación. San Pablo nos dice aquí que la salvación es algo que está en proceso.
El mismo Lutero, que pensaba que las obras no sirven de nada, cogió la carta de Santiago y la colocó entre los libros no canónicos, ¿porqué hizo esto? Pues porque la carta de Santiago dice (2, 17): Así también la fe, sino tiene obras, es de suyo muerta. Como esta carta contradecía totalmente su pensamiento, decidió quitarla de la Biblia.
¿La gracia o las obras? No, la gracia y las obras. Nosotros hemos recibido por la gracia del bautismo la salvación, pero podemos rechazar esta gracia. La rechazamos si no seguimos los caminos de la gracia que son el bien y la verdad. Si yo no sigo el camino del bien, de la virtud, no colaboro con la gracia de Dios, y me aparto, por tanto del camino de la salvación. Si queremos ser salvos debemos trabajar con temor y temblor, como nos dice San Pablo, pues si nos apartamos del camino de la gracia podemos acabar condenados.
Cuando el Señor nos dice Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios, tenemos que entender que no se refiere propiamente al pobre de dinero, al pobre de recursos, sino que aquí el pobre es una metáfora, porque así como el pobre se abstiene de cosas porque es pobre y no tiene dinero, se abstiene de comidas lujosas, pero no por virtud, sino porque no tiene dinero, aquí el Señor llama bienaventurados a aquellos que se abstienen del mal, el Señor llama pobres a aquellos que se abstienen de algunos placeres, pero no por su pobreza, sino por amor a Jesucristo.
El que estudia se abstiene de ciertas cosas, por ejemplo del sueño, porque a veces, se tiene que ir a dormir tarde por estudiar, o se tiene que levantar antes porque tiene un examen y quiere repasar. El que estudia se abstiene también de los amigos, porque en ocasiones no puede quedar con ellos, puesto que debe quedarse estudiando. El que estudia se abstiene de algunas diversiones sanas, por ejemplo, fútbol, porque no puede ir a jugar porque debe estudiar. El que estudia se abstiene de cosas y gracias a ello logra aprobar los exámenes, logra un título, logra cumplir con sus deberes y obligaciones de estudiante, este es su premio.
Lo mismo pasa con el que trabaja, que debe abstenerse de cosas, como pasar más tiempo con su familia o hacer lo que le gusta y apetece, porque debe ir a trabajar, o debe preparar las cosas para el trabajo, como un profesor, que se abstiene de cosas también cuando llega a casa, porque debe corregir exámenes, por ejemplo. Y a cambio consigue su premio, un sueldo, poder mantener a su familia, cierta estabilidad, y cumplir con sus deberes.
El atleta lo mismo, se abstiene de cosas para lograr el premio en las olimpiadas, o en una competición. Se abstiene de algunas cosas, para lograr un premio.
El Señor te llama bienaventurado, no si te abstienes de cosas para lograr aprobar un examen, o te abstienes de cosas por conseguir un premio, sino que te abstienes de cosas por amor a Dios, por amor a Jesucristo.
El Señor nos llama bienaventurados si nos abstenemos de placeres por amor a Dios, si hacemos eso nuestro será el Reino de los Cielos. Hay que abstenerse en primer lugar del pecado: abstenernos del sexo fuera del matrimonio, abstenernos de la gula, abstenernos de la envidia, es decir abstenernos de aquellos placeres que producen pecados. Si vamos por este camino podemos acabar en la condenación, en el infierno.
Pero el Señor también nos exhorta a abstenernos de algunos placeres lícitos con el fin de domar nuestra concupiscencia, nuestra carne. Abstenernos de placeres mediante el ayuno o la abstinencia, abstenernos de parte de nuestros bienes económicos mediante las donaciones, abstenernos de nuestro tiempo, dedicándolo por ejemplo, a su servicio, a servirlo a través de los pobres. Si seguimos este camino conseguiremos la limpieza del corazón.
El objetivo de todo esto es controlar nuestra carne que se inclina al pecado y al mal. Domar nuestra carne. ¿Qué pasa si no domamos nuestra carne? El libro del Eclesiástico 30, 7 nos dice: Caballo no domado se hace indócil. La concupiscencia si se ve satisfecha una y otra vez, reclama más placer, y el placer se convierte en costumbre, y la costumbre en necesidad.
Nos parece imposible acabar con nuestros pecados, con los pecados de impureza, porque ya nos hemos acostumbrado, y la carne lo reclama como una necesidad. Nos parece imposible acabar con la desobediencia a los padre, porque ya nos hemos acostumbrado, y la carne lo reclama como una necesidad. Y así cada uno puede examinar sus pecados y ver como la puerta del placer, me ha llevado a la esclavitud de la necesidad.
Esto es como un ratón. Le pones una trampa al ratón, y pones un poco de queso, por ejemplo, que sabemos que les gusta, el ratón por el placer de comer el queso, acaba muerto por la trampa. Esto mismo pasa con nosotros, la carne y el demonio nos engañan con placeres, y luego nos esclavizan con la necesidad. Perdemos nuestra libertad porque el placer. Perdemos nuestra capacidad de juicio por el placer. Perdemos la posibilidad de obrar con justicia por el placer.
¿Cuántas veces nos gustaría no caer en el pecado, y sin embargo, caemos una y otra vez? La razón es que ya no somos libres, perdimos nuestra libertad el día que convertimos el placer de cosas malas, en una necesidad. Igual que uno no puede escoger dejar de respirar o hacer la digestión porque son necesidades del cuerpo, y no podemos dejar de hacerlas. El pecado se convierte en nosotros en una necesidad y no nos deja soñar en un servicio al Señor, y no nos dejar volar a las cosas grandes.
¿Y que conseguimos? La tristeza. ¿Porque estamos tristes? Porque somos esclavos. ¿Y cuál es nuestra cárcel? Nuestra cárcel es nuestro propio cuerpo.
¿Y cómo liberarnos de esta esclavitud?
Primero, queriendo, tienes que querer de verdad.
Segundo, poniendo medios sobrenaturales: la oración, el examen de conciencia, la lectura espiritual, la santa misa, el rosario.
Tercer, poniendo medios naturales: la lucha contra los vicios, la lucha contra el pecado. Es bueno para llevar a cabo esta lucha tener un director espiritual, que guíe nuestras fuerzas hacia el lugar adecuado, para no cansarnos. Y obedecer a este director espiritual, en las cuestiones que atañen a esta lucha contra la concupiscencia.
Estamos llamados a ser libres, a heredar el Reino de los Cielos, somos salvos por la gracia de Dios, ciertamente, pero debemos luchar para colaborar con esta gracia que Dios nos da. Y no debemos olvidar que esta misma colaboración con el Señor es una gracia.
Charla en la salida de Jóvenes de San José. Visita la Web.
Marcos Vera – Twitter @MarcosVeraPrez1
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