¿Cómo es la vida de los sacerdotes? 2ª Parte – José Gea, obispo emérito.
2º La Iglesia no debería imponerlo.
El que la Iglesia conceda el sacerdocio sólo a quienes hayan hecho opción por el celibato, es lógica; quiere que los sacerdotes se entreguen de lleno a su tarea sacerdotal. Esto más que obligar al celibato, es querer que el sacerdocio que ella confiere pueda tener su máxima expresión como quiere que la tengan los demás sacramentos viviéndolos en plenitud. La cuestión queda reducida a plantearse si el aspirante al sacerdocio está dispuesto a vivirlo abierto totalmente al servicio evangelizador, o si aspira a un sacerdocio a su medida. Y la Iglesia no concede el sacerdocio a la carta.
No se trata de celibato sí o celibato no. El problema está en si el llamado al sacerdocio está dispuesto a ejercer su sacerdocio al estilo de Jesús pues es su mismo sacerdocio el que nos ha encomendado. Éste es el problema.
Y alguien me puede preguntar: Pero comprenda, monseñor, que debe resultar muy duro no tener relaciones sexuales sin sentirse llamados al celibato. Y respondo: Es cierto que cuesta, pero también hay situaciones nada fáciles para los jóvenes antes de contraer matrimonio, o para un casado que se siente atraído por otra persona distinta de su mujer, o para un cónyuge que ha sido abandonado, o para cualquiera de los dos, cuando uno de ello está mucho tiempo enfermo; lo mismo cabe decir de una persona que no ha podido casarse a pesar de haberlo deseado…
Tampoco ellos tienen vocación de célibes y han de sufrir la dureza de la prueba de la abstinencia sexual. Lamentablemente, todos conocemos algún caso de sacerdotes que buscando los posibles placeres del matrimonio, dejaron el sacerdocio y en poco tiempo cayeron en un gran vacío. Una cosa es decir que la moral cristiana es muy exigente, y otra, pretender que cambie cuando a uno le cuesta cumplir con ella. Y siempre queda aquello de que “el que pierda la vida por mi la encontrará”: fue válido antes, lo es ahora, y lo será siempre.
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