El Amor de Dios por San Alfonso María de Ligorio:
San Alfonso María de Ligorio, C.Ss.R., fue un religioso napolitano, obispo de la Iglesia católica y fundador de la Congregación del Santísimo Redentor cuyos miembros se conocen como redentoristas. Se lo considera un renovador de la moral de su tiempo.
A este santo se le conoce como un gran difusor de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
San Alfonso María de Ligorio nos dice en su Meditación 33: «El Amor de Dios», del grande amor que Dios nos tiene aún antes de llamarnos a la existencia, no existían todavía nuestro padre y madre y Dios ya nos amaba desde la eternidad. De todos los que nos aman, Dios fue el primero en hacerlo y su amor por nosotros es tan grande que nadie se le compara, «ni el amor de mil de las más tiernas madres juntas se compara con el amor que Dios tiene para cada uno de sus hijos». Dios nos puso en el mundo y formó numerosas e innumerables criaturas que nos sirviesen y recordasen ese amor que Él nos profesa y el que nosotros le debemos.
Muchos Santos de la Iglesia no dejaban de alabar a Dios al observar la naturaleza creada por Él, todas las creaturas les recordaban que estaban allí para que le amaran. Además de las creaturas de Dios, están los innumerables beneficios que hemos recibido de manos de Él, de nacer en un hogar católico y en el seno de su Santa Iglesia; ¡tantos millones de almas en el mundo que no tienen los sacramentos y los auxilios que proporciona la Iglesia! innumerables hombres en el mundo fueron entregados en las manos de Satanás, viven en los vicios y la disipación, no conocen a Dios o no se acuerdan de Él, ni de la salvación de sus almas… muchos se pierden porque están en los caminos del infierno. En cambio nosotros fuimos favorecidos por Dios, somos creyentes en Cristo, nuestro Salvador y Redentor, al ser puestos en un lugar en donde la Salvación es segura si nunca abandonamos a Jesucristo y su Santa Iglesia.
Además de tantas y hermosas creaturas que nos dió Dios, su amor no se vio satisfecho hasta que se nos dió y entregó Él mismo. Por el pecado original la humanidad sufría la pérdida del cielo y todos iban al infierno. Hasta el tiempo en que el Hijo de Dios se compadeció de la raza humana y vio que era posible que prosperara su Santo Evangelio, de amor a Dios y paz entre los hombres, para realizar la obra de la redención del hombre que el Padre Celestial le encomendó, conducirnos al cielo y recuperar la gracia divina en nuestras almas para así resistir el pecado. Por los méritos infinitos del Hijo de Dios, bastaba una gota de sangre derramada, una lágrima, una oración, para realizar la redención de este mundo y de mil mundos mayores a este… pero Dios quiere que lo amemos mucho.
La encarnación del Hijo de Dios en el hombre causó gran asombro en el cielo y la tierra. Pero, aún mayor asombro causó el cruento sacrificio que padeció Jesucristo al entregarse a morir crucificado en la cruz, para redimir a la raza humana y liberarnos de la esclavitud del demonio… en esa forma Dios quiso mostrar a los hombre cuán grande es el amor que nos tiene. ¿Cómo no amar a nuestro amable redentor que se entregó a tantos tormentos y burlas para arrancarnos de las profundidades del infierno? ¿Cómo dejar de amar a Dios por entregarnos a su Hijo amado para que muriera por nosotros? ¿Cómo no agradecer a Dios que se anonado en carne mortal para redimirnos y recuperarnos nuevamente la amistad con Dios? ¡Después de la redención no podemos dudar del amor que Dios tiene por nosotros! miserables creaturas pecadoras.
Nuestro Señor Jesucristo se entregó a morir en la cruz por amor a la humanidad de todos los tiempos. Por amor al Padre Celestial y a la raza humana soporta tantos insultos y golpes. ¡Ese bendito amor que arde en su sagrado corazón! ¡ese amor que obligó a Dios a sacrificarse por nosotros para darnos vida eterna y podamos gozarlo en el cielo! No amamos a Dios como debiéramos por no pensar en el amor que nos tiene. ¡Tantos santos que abandonaron la vida mundana para ir a vivir haciendo penitencia en el desierto o en un convento!
¡Tantos mártires que pensando en el amor de Cristo por nosotros no quisieron negarlo! ¡Tantas vírgenes que no dudaron en renunciar a los hijos y a un esposo terrenal para entregarse al divino esposo! Jesucristo murió por los santos y así le consagraron sus vidas. También murió por nosotros, pecadores, ¿Que hacemos nosotros para amarle?… Basta que miremos un crucifijo y pensemos que Cristo murió por nosotros para empezar a amarle. Al contemplarlo en el Santísimo Sacramento del altar pensemos en que quiso estar con aquellos cristianos en gracia para fortalecerlos con su cuerpo y sangre preciosos, para desechar el pecado de nuestras almas y así conducirlos al cielo con la mayor seguridad.
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