Cita del evangelio del día: Lc 4,31-37
En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaúm, ciudad de Galilea, y los sábados les enseñaba. Quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad. Había en la sinagoga un hombre que tenía el espíritu de un demonio inmundo, y se puso a gritar a grandes voces: «¡Ah! ¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios». Jesús entonces le conminó diciendo: «Cállate, y sal de él». Y el demonio, arrojándole en medio, salió de él sin hacerle ningún daño. Quedaron todos pasmados, y se decían unos a otros: «¡Qué palabra ésta! Manda con autoridad y poder a los espíritus inmundos y salen». Y su fama se extendió por todos los lugares de la región.
Comentario del evangelio del día por San Juan Pablo II:
Cada vez que nos reunimos para participar en la Eucaristía, sabemos que nos hablarán los textos inspirados de la Sagrada Escritura, los pasajes elegidos del Antiguo y del Nuevo Testamento; que nuestros labios pronunciarán las palabras de la plegaria litúrgica de adoración, de acción de gracias, de propiciación y de impetración. Sin embargo, más allá de todo esto, habla la cruz invisible del Calvario y el Sacrificio que se ofreció en ella. Las palabras de la transustanciación se refieren directamente a ese Sacrificio, y no sólo lo evocan en la memoria, sino que lo repiten de nuevo, lo realizan de nuevo, de manera incruenta, bajo las especies del pan y del vino:
«…mi Cuerpo que será entregad por vosotros…».
«…el cáliz de mi Sangre,.. derramada por vosotros y por todos».
Sacrificio.
El sacrificio es Cristo: «El que no había conocido el pecado» (2 Cor 5, 21), inocente y puro, «el Santo de Dios» (Lc 4, 34): Cristo, el Cordero de Dios.
Cristo tenía conciencia de que para la salvación del mundo era necesario su sacrificio: «os conviene que yo me vaya» (Jn 16, 7), «el Hijo del hombre tiene que padecer» (Mt 17, 12), «el Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de los hombres, que le matarán, y al tercer día resucitará» (Mt 17, 22-23), «…es preciso que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el que creyere en El tenga la Vida eterna» (Jn 3, 14).
En el designio de Dios, estaba establecido que no se podía salvar al hombre de otro modo. Para esto no hubiera bastado alguna otra palabra, algún otro acto.
Fue necesaria la palabra de la cruz; fue necesaria la muerte del Inocente, como acto definitivo de su misión. Fue necesario para «justificar al hombre…», para despertar el corazón y la conciencia, para constituir el argumento definitivo en ese encuentro entre el bien y el mal, que camina a lo largo de la historia del hombre y la historia de los pueblos…
Fue necesario el sacrificio. La muerte del Inocente.
4. Cristo ha dejado este sacrificio suyo a la Iglesia como su mayor don. Lo ha dejado en la Eucaristía. Y no sólo en la Eucaristía: lo ha dejado en el testimonio de sus discípulos y confesores…