En aquel tiempo, Jesús partiendo de allí, se fue a la región de Tiro, y entrando en una casa quería que nadie lo supiese, pero no logró pasar inadvertido, sino que, en seguida, habiendo oído hablar de Él una mujer, cuya hija estaba poseída de un espíritu inmundo, vino y se postró a sus pies. Esta mujer era pagana, sirofenicia de nacimiento, y le rogaba que expulsara de su hija al demonio. Él le decía: «Espera que primero se sacien los hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». Pero ella le respondió: «Sí, Señor; que también los perritos comen bajo la mesa migajas de los niños». Él, entonces, le dijo: «Por lo que has dicho, vete; el demonio ha salido de tu hija». Volvió a su casa y encontró que la niña estaba echada en la cama y que el demonio se había ido.
Mc 7,24-30
Comentario del evangelio del día por San Francisco de Sales:
La fe, para ser grande, ha de tener tres cualidades: Ha de ser confiada, perseverante y humilde.
«Señor, —dice la mujer—, ten piedad de mí porque mi hija está terriblemente atormentada por el diablo.» ¡Qué gran confianza! Ella cree que si el Señor se apiada de ella, su hija se curará. No duda ni de su poder ni de su querer, porque exclama: solamente ten piedad de mí. Como queriendo decir: yo sé que eres piadoso con todos y no dudo de que si te pido que me tengas piedad, la vas a tener; y en cuanto la tengas, mi hija quedará curada.
Ciertamente, el mayor defecto que tienen nuestras oraciones y todo lo que nos sucede, es que nuestra confianza es pequeña. De ahí viene que no merecemos recibir el socorro tal como lo deseamos o pedimos.
La segunda cualidad de la fe es la perseverancia. Nuestra cananea al ver que el Señor no le respondía nada y parecía no atender a su petición, no por eso dejó de gritar: «Hijo de Dios, ten piedad de mí». Hasta que los Apóstoles le decían. Señor, atiéndela, que no cesa de gritar detrás de ti.
Perseveremos en nuestra oración en todo tiempo, pues, aunque el Señor parezca no oírnos, no es que nos quiera desairar; es para obligarnos a clamar más fuerte y así hacernos percibir mejor la grandeza de su misericordia.
La tercera cualidad de la fe es la humildad. Cuando nuestro Señor dijo a esta mujer «no es bueno echar el pan de los hijos a los perritos», ella no se ofendió sino que replicó: «sí, pero los perritos se alimentan de las migajas que caen…» Esta humildad fue tan agradable a nuestro Salvador, que le concedió todo lo que pedía, diciendo: «Oh mujer, qué grande es tu fe, hágase como lo quieres.» Es cierto que todas las virtudes son muy gratas a Dios, pero la humildad le gusta sobre todo y parece que no pudiera resistirse a ella.
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