Cita del evangelio del día: Mc 9,2-13
En aquel tiempo, Jesús toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús.
Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías»; pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados. Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Este es mi Hijo amado, escuchadle». Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos.
Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de «resucitar de entre los muertos».
Y le preguntaban: «¿Por qué dicen los escribas que Elías debe venir primero?». Él les contestó: «Elías vendrá primero y restablecerá todo; mas, ¿cómo está escrito del Hijo del hombre que sufrirá mucho y que será despreciado? Pues bien, yo os digo: Elías ha venido ya y han hecho con él cuanto han querido, según estaba escrito de él».
Comentario del evangelio del día por: San Francisco de Sales
Sin duda, la oración es el medio por el que se llega a la perfección y de él dice San Bernardo que los sobrepasa a todos. Nosotros conoceremos que nuestra oración es buena y que avanzamos en ella si, cuando salimos, tenemos a imitación de nuestro Señor, la cara resplandeciente como el sol y los vestidos blancos como la nieve. Quiero decir, si nuestro rostro reluce con la caridad y nuestro cuerpo con la castidad.
La caridad es la pureza del alma y la castidad es la caridad del cuerpo. Si salís de la oración con la cara triste y enfurruñada, se verá enseguida que no habéis hecho la oración como se debe.
En la oración aprendemos a hacer bien lo que hacemos. Nuestro Señor se ponía siempre en oración antes de hacer algo grande; se retiraba en soledad a la montaña. Antes de comenzar su predicación y la conversión de las almas, se retiró durante cuarenta días. En el pasaje de hoy, le vemos transfigurarse y dejar ver un reflejo de su gloria a sus tres Apóstoles. Y se oyó la voz del Padre diciendo: «Este es mi Hijo, el Amado, escuchadle.» El supremo grado de la oración y por tanto de la perfección es, pues, obedecer al Padre y escuchar al Hijo. Cuando los Apóstoles se levantaron, porque habían caído al suelo, no vieron más que a Jesús sólo. Este es el grado supremo de la perfección: no ver más que a nuestro Señor en todo lo que hacemos.
No hay que ver más que a Dios, buscarle sólo a Él, no tener más afectos que el suyo y así seremos felices. Las almas que han llegado a este grado de perfección ponen un cuidado muy particular en procurar estar siempre cerca de nuestro Señor crucificado en el Calvario, porque allí le encuentran más solo que en ninguna otra parte. Amén.