Cita del evangelio del día: Lc 18,1-8
En aquel tiempo, Jesús les decía una parábola para inculcarles que es preciso orar siempre sin desfallecer. «Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: ‘¡Hazme justicia contra mi adversario!’. Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme’».
Dijo, pues, el Señor: «Oíd lo que dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar? Os digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?».
Comentario del evangelio del día por San Tomás de Aquino:
Hay una diferencia que distingue la petición hecha a Dios de aquella que se hace a una persona humana. La petición hecha a un hombre necesita de antemano una cierta familiaridad para tener acceso a la persona a quien se pide algo. Mientras que la oración dirigida a Dios nos convierte por ella misma en familia de Dios. Nuestra alma se eleva hacia él, conversa llena de afecto con él y lo adora en espíritu y en verdad.
Esta intimidad nacida de la oración conduce al hombre a entregarse, lleno de confianza a la práctica de la oración. Por esto nos dice el salmista: ”Yo te invoco, oh Dios, porque tú me respondes” (Sal 16,6). Acogido en la intimidad de Dios por una primera oración, el salmista ora luego con una confianza crecida. Así, en la oración a Dios, la asiduidad o la insistencia en la petición no es una actitud importuna, antes al contrario, es agradable a Dios. Porque hay que orar sin cesar, dice el evangelio; y en otro lugar el Señor nos invita a pedir: “Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad, y os abrirán” (Mt 7,7).