En el Adviento se hace presente María, que corre presurosa a socorrer a su prima Isabel. Es importante que nos detengamos en la actitud de Isabel ante María, de profunda veneración: “¿Quién soy yo para que venga a visitarme la madre de mi Señor?”. Por eso, dirige a la madre el mismo elogio que dirige a Jesús: “bendecida… bendecido”. Luego, Isabel destaca de María no sólo su maternidad, sino su fe: “Dichosa tú por haber creído”. Todo esto no procede de los sentimientos de Isabel, sino que es inspirado por el Señor, porque ella lo decía “llena del Espíritu Santo”. Es la acción del Espíritu lo que provoca la devoción a María. Por lo tanto, si nos sentimos indiferentes ante María, invoquemos al Espíritu Santo.