• 08/02/2025

Evangelio del día 24 de Abril 2022

Evangelio del día

Cita del evangelio del día: Jn 20,19-31

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».

Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».

Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Éstas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.

Comentario del evangelio del día por: San Cirilo de Alejandría

Observa de qué modo Cristo, penetrando milagrosamente a través de las puertas cerradas, demostró a sus discípulos que era Dios por naturaleza, aunque no distinto del que anteriormente había convivido con ellos; y mostrándoles su costado y las señales de los clavos puso en evidencia que el templo que pendió de la cruz y el cuerpo que en él se había encarnado, lo había él resucitado, después de haber destruido la muerte de la carne, ya que él es la vida por naturaleza, y Dios.

Ahora bien, da la impresión de que fue tal su preocupación por dejar bien sentada la fe en la resurrección de la carne, que, no obstante haber llegado el tiempo de trasladar su cuerpo a una gloria inefable y sobrenatural, quiso sin embargo aparecérseles, por divina dispensación, tal y como era antes, no llegasen a pensar que ahora tenía un cuerpo distinto de aquel que había muerto en la cruz. Que nuestros ojos no son capaces de soportar la gloria del santo cuerpo —en el supuesto de que Cristo hubiera querido manifestarla antes de subir al Padre— lo comprenderás fácilmente si traes a la memoria aquella transfiguración operada anteriormente en la montaña, en presencia de los santos discípulos.

Cuenta, en efecto, el evangelista san Mateo que Cristo, tomando consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió a una montaña y allí se transfiguró delante de ellos; que su rostro resplandecía como el sol y que sus vestidos se volvieron blancos como la nieve; y que, no pudiendo ellos soportar la visión, cayeron de bruces.

Así pues, por un singular designio, nuestro Señor Jesucristo, antes de recibir la gloria que le era debida y conveniente a su templo ya transfigurado, se apareció todavía en su primitiva condición, no queriendo que la fe en la resurrección recayera en otra forma y en otro cuerpo distinto de aquel que había asumido de la santísima Virgen, en el cual además había muerto crucificado, según las Escrituras, ya que la muerte sólo tenía poder sobre la carne, e incluso de la carne había sido expulsada. Pues si no resucitó su cuerpo muerto, ¿dónde está la victoria sobre la muerte?

O ¿cómo podía cesar el imperio de la corrupción, sino mediante una criatura racional, que hubiera pasado por la experiencia de la muerte? No, cierto, mediante un alma o un ángel ni siquiera por mediación del mismo Verbo de Dios. Y como la muerte sólo obtuvo poder sobre lo que por naturaleza es corruptible, sobre eso mismo es justo pensar que debía emplearse toda la virtualidad de la resurrección, a fin de derrocar el tiránico poder de la muerte.

Por tanto, todo el que tenga un adarme de sentido común contará entre los milagros del Señor el que entrara en la casa estando la puertas cerradas. Saluda, pues, a los discípulos con estas palabras: Paz a vosotros, designándose a sí mismo con el nombre de «paz». En efecto, los que gozan de la presencia de Cristo, es lógico que estén tranquilos y serenos. Es precisamente lo que Pablo deseaba a los fieles, diciendo: Y la paz de Cristo, que sobrepasa todo juicio, custodie vuestros corazones y vuestros pensamientos. Y la paz de Cristo, que sobrepasa todo juicio, dice no ser otra que su Espíritu, el cual colma de toda clase de bienes a quien participare de él.

Tomás, reacio en un primer momento a creer, fue pronto en la confesión, y en un instante, fue curado de su incredulidad. En efecto, habían transcurrido tan sólo ocho días, y Cristo removió los obstáculos de la incredulidad al mostrarle las cicatrices de los clavos y su costado abierto.

Después de haber entrado milagrosamente a través de las puertas cerradas —milagrosamente ya que todo cuerpo terreno y extenso busca una entrada adecuada al mismo, y para entrar requiere un espacio en proporción a su magnitud—, nuestro Señor Jesucristo con toda espontaneidad descubrió su costado a Tomás y le mostró las heridas impresas en su carne, confirmando —a propósito de Tomás—la fe de todos los creyentes.

Sólo de Tomás se dice que afirmó: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo. Pero el pecado de incredulidad era, en cierto modo,común a todos, y sabemos que la mente de los demás discípulos no estuvo libre de dudas, bien que aseguraran a Tomás: Hemos visto al Señor.

Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, Cristo les dijo: ¿Tenéis ahí algo que comer? Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado y un poco de miel. Él lo tomó y comió delante de ellos. ¿Ves cómo la duda de la incredulidad no hizo únicamente presa en santo Tomás, sino que este virus atacó asimismo el ánimo de los restantes discípulos?

Así pues, la admiración hacía a los discípulos más tardos en la fe. Pero en realidad, para quien observa y ve no existe excusa alguna de incredulidad; por eso, santo Tomás hizo una correcta confesión cuando dijo: ¡Señor mío y Dios mío!

Jesús le dijo: ¿Porque me has visto, Tomás, has creído? Dichosos los que crean sin haber visto. Esta expresión del Salvador está llena de una singular providencia y puede sernos a nosotros de suma utilidad. En efecto, también en esta ocasión Cristo ha tenido en cuenta el bien de nuestras almas, porque es bueno y quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, según está escrito. Todo lo cual es digno de admiración.

Era, pues, necesario tolerar con paciencia las reservas de Tomás y a los demás discípulos que le creían un espíritu o un fantasma, y, para ofrecer al universo mundo la credibilidad de la fe, mostrar las señales de los clavos y la herida del costado, así como tomar alimento fuera de lo acostumbrado y sin necesidad alguna, a fin de eliminar absolutamente todo motivo de incredulidad en aquellos que buscaban estas pruebas para su propia utilidad.

Pero el que acepta lo que no ve y cree ser verdad lo que el doctor le comunica, éste demuestra una adhesión ferviente al predicador. Por eso se declara dichoso a todo aquel que accede a la fe mediante la predicación de los apóstoles que, al decir de Lucas, fueron testigos oculares de las obras y ministros de la palabra. A ellos debemos nosotros obedecer si es que aspiramos a la vida eterna y estimamos en lo que realmente vale habitar en las moradas eternas.