Cita del evangelio del día: Lc 1,67-79
En aquel tiempo, Zacarías, el padre de Juan, quedó lleno de Espíritu Santo, y profetizó diciendo: «Bendito el Señor Dios de Israel porque ha visitado y redimido a su pueblo y nos ha suscitado una fuerza salvadora en la casa de David, su siervo, como había prometido desde tiempos antiguos, por boca de sus santos profetas, que nos salvaría de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos odiaban haciendo misericordia a nuestros padres y recordando su santa alianza y el juramento que juró a Abraham nuestro padre, de concedernos que, libres de manos enemigas, podamos servirle sin temor en santidad y justicia delante de Él todos nuestros días. Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos y dar a su pueblo conocimiento de salvación por el perdón de sus pecados, por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que harán que nos visite una Luz de la altura, a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz».
Comentario del evangelio del día por el papa San Juan Pablo II
El Catecismo de la Iglesia católica nos recuerda que «el acontecimiento único y totalmente singular de la encarnación del Hijo de Dios no significa que Jesucristo sea en parte Dios y en parte hombre, ni que sea el resultado de una mezcla confusa entre lo divino y lo humano. Él se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre» (n. 464).
¿Qué significado tiene para nosotros el evento extraordinario del nacimiento de Jesucristo? ¿Qué buena nueva nos trae? ¿A qué metas nos impulsa? San Lucas, el evangelista de la Navidad, en las palabras inspiradas de Zacarías nos presenta la Encarnación como la visita de Dios: «Bendito el Señor Dios de Israel porque ha visitado y redimido a su pueblo, y nos ha suscitado una fuerza salvadora en la casa de David, su siervo» (Lc 1, 68-69).
Pero ¿qué efectos produce en el hombre la visita de Dios? La sagrada Escritura testimonia que cuando el Señor interviene, trae salvación y alegría, libra de la aflicción, infunde esperanza, mira el destino del que recibe la visita y abre perspectivas nuevas de vida y salvación.
La Navidad es la visita de Dios por excelencia, pues en este acontecimiento se hace sumamente cercano al hombre mediante su Hijo único, que manifiesta en el rostro de un niño su ternura hacia los pobres y los pecadores. En el Verbo encarnado se ofrece a los hombres la gracia de la adopción como hijos de Dios. San Lucas se preocupa de mostrar que el evento del nacimiento de Jesús cambia realmente la historia y la vida de los hombres, sobre todo de los que lo acogen con corazón sincero: Isabel, Juan Bautista, los pastores, Simeón, Ana y sobre todo María son testigos de las maravillas que Dios obra con su visita.
En María, de manera especial, el evangelista presenta no sólo un modelo que es necesario seguir para acoger a Dios que sale a nuestro encuentro, sino también las perspectivas exultantes que se abren a quien, habiéndolo acogido, está Llamado a convertirse, a su vez, en instrumento de su visita y heraldo de su salvación: «Apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno», exclama Isabel dirigiéndose a la Virgen, que le lleva en sí misma la visita de Dios (Lc 1, 44). La misma alegría invade a los pastores, que van a Belén por invitación del ángel y encuentran al niño con su Madre: vuelven «glorificando y alabando a Dios» (Lc 2, 20), porque saben que el Señor los ha visitado.
A la luz del misterio que nos disponemos a celebrar, expreso a todos el deseo de que acudamos en esta Navidad, como María, a Cristo que viene a «visitarnos de lo alto» (Lc 1, 78), con corazón abierto y disponible, para convertirnos en instrumentos de la alegre visita de Dios para cuantos encontremos en nuestro camino diario.