Cita del evangelio del día: Jn 6,22-29
Después que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos le vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar, vio que allí no había más que una barca y que Jesús no había montado en la barca con sus discípulos, sino que los discípulos se habían marchado solos. Pero llegaron barcas de Tiberíades cerca del lugar donde habían comido pan. Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús.
Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello». Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para realizar las obras de Dios?». Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado».
Comentario del evangelio del día por San Juan Crisóstomo
«El alimento que permanece para la vida eterna, es el que os dará el Hijo del hombre» (Jn 6,27)
Los judíos en Pascua, comían de pie, con las sandalias puestas y los bastones en las manos, con prisa (Éxodo 12,11). ¡Qué razón más fuerte puede mantenerte despierto! Ellos estaban alistándose para partir hacia la Tierra Prometida y se comportaban como viajeros; y tú, tú vas camino al cielo. Es por eso que siempre debemos permanecer en guardia… Los enemigos de Cristo han golpeado su santísimo cuerpo sin saber lo que hacían (Lucas 23,34); y tú, ¡tú lo recibirás en tu alma impura después de tanta generosidad! Porque Él no se conformó con hacerse hombre, ser flagelado y condenado a muerte: en su amor, quiso unirse aún más a nosotros, identificarse con nosotros no solamente por medio de la fe, sino realmente por la participación de su propio cuerpo…
Considera el gran honor que recibes, y a qué mesa estás siendo invitado. Aquel al que los ángeles miran y a la vez tiemblan, aquel al que no se atreven a mirar sin miedo, a causa del resplandor de la gloria que irradia su rostro, nosotros lo convertimos en nuestro alimento y nos unimos en comunión a Él, un solo cuerpo, una sola carne. “¿Quién hablará de las proezas del Señor, quién proclamará todas sus alabanzas?” (Sal 105,2). ¿Qué pastor nunca ha alimentado a sus ovejas con su propia carne?… A menudo sucede que las madres les confían a nodrizas sus hijos. Cristo no es así: Él nos alimenta con su propia sangre, nos convierte con Él en un solo cuerpo.
Vale la pena responder a todo esto, no únicamente para excitar a los perezosos, si es que quieren; sino además para que no parezca que la Sagrada Escritura se contradice. Porque en otra parte dice el apóstol: Os exhortamos, hermanos, que os aventajéis aún más. Y que tengáis como punto de honra vivir sosegadamente, atender a vuestros propios negocios y trabajar con las propias manos, a fin de presentaros honorablemente a la vista de los extraños y de que nada os falte? Y también: El que hurtaba, ya no hurte; más bien fatiguese trabajando con sus propias manos en alguna labor buena, de suerte que tenga para compartir con el que sufre penuria. Ordena aquí Pablo no simplemente trabajar, sino hacerlo con tanto esfuerzo que aún se ayude a los indigentes. Y en otra parte dice: Para mis necesidades y de los que me acompañan han proveído estas mis manos. Y a los corintios les decía: Entonces ¿en qué consiste mi mérito? En que os he predicado el evangelio gratuitamente $ Y cuando fue a esa ciudad: permaneció en la casa de Aquila y Priscila y trabajaba. Pues ellos eran fabricantes de tiendas de campaña Todo esto parece contradecir la sentencia del Salvador. Pero, en fin, dése ya la solución.
¿Qué responderemos? Que no andar solícito no significa dejar el trabajo, sino no apegarse a las cosas de este mundo; es decir, no andar solícitos por la seguridad y descanso del día de mañana, sino tener eso como cosa superflua. Puede quien trabaja atesorar, pero no para el día de mañana; puede el que trabaja atesorar, pero sin preocupación. Porque preocupación y trabajo son cosas distintas. Que se trabaje, pero no para confiar en el trabajo, sino para ayudar al indigente. Lo que se dice de Marta no se refiere al trabajo ni al oficio, sino a que se ha de tener cuenta con el tiempo; y que el tiempo de los sermones no se ha de emplear en cosas temporales. De modo que no lo dijo Jesús para tener ociosa a Marta, sino para atraerla a escuchar.
Como si le dijera: Ven para que yo te enseñe lo que de verdad es necesario. ¿Andas solícita acerca de la comida? ¿Tratas de agasajarme y prepararme una mesa bien provista? Prepárame mejor otro manjar. Atiende a mis palabras. Imita el empeño de tu hermana. De modo que no prohíbe la hospitalidad ¡lejos tal cosa! ¡ni se hable de eso! Lo que enseña es que al tiempo de la predicación no se ha de cuidar de tales cosas. Y cuando dice: Haceos no del alimento que perece, no significa que se haya de vivir en el ocio, pues el ocio es sobre todo ese alimento que perece (ya que dice la Escritura: La desidia enseñó todas las maldades); sino que indica el deber de trabajar y también de compartir. Este alimento no perece.
Quien vive en ocio y se entrega a los placeres del vientre, se procura un alimento que perece. Por el contrario, si alguno mediante su trabajo proporciona a Cristo alimento, bebida, vestido, nadie que no esté loco dirá que se procura un alimento perecedero, puesto que es un alimento tal que por él se promete el reino de los cielos y también los bienes de allá arriba. Este alimento permanece para siempre. En cambio el otro lo llamó alimento que perece, tanto porque la turba ningún aprecio hizo de la fe ni se preocupó de investigar quién era el que había obrado el milagro o con qué poder, sino únicamente de llenar el vientre sin trabajar.
Como si les dijera: Nutrí vuestros cuerpos para que por este medio os buscarais otro alimento que permanece y que puede nutrir vuestras almas; pero vosotros corréis de nuevo hacia el alimento terreno. Por eso no entendéis que yo no quise llevaros a ese alimento imperfecto, sino al otro extra-temporal, que da la vida eterna y alimenta no los cuerpos sino las almas. Y luego, pues había hablado de Sí enalteciéndose y diciendo que El lo proporcionaría, para que no se sintieran ofendidos con semejantes palabras, sino que le dieran crédito, refiere el don y dádiva al Padre. Por eso, una vez que dijo: El cual os dará el Hijo del hombre, añadió: Porque éste es a quien Dios, el Padre, acreditó con su sello. Es decir, os lo envió precisamente para que os trajera este alimento. También puede explicarse de otro modo, pues en otro lugar dijo Cristo: Quien escucha mis palabras, a éste ha señalado el Padre con su sello, porque Dios es veraz. Lo ha señalado con su sello quiere decir lo ha manifestado claramente. Esto es lo que a mí me parece que se da a entender. Porque lo selló el Padre no quiere decir sino que lo manifestó, lo reveló dando testimonio de El. En realidad El mismo se manifestó; pero como hablaba a judíos, trajo al medio el testimonio del Padre.
Aprendamos, pues, carísimos, a pedir a Dios lo que es conveniente que a Dios se le pida. Las cosas del siglo, como quiera que sucedan nos acarrean daño. Si nos enriquecemos, sólo en este tiempo gozamos; si empobrecemos, nada molesto sufriremos. Ya vengan sucesos tristes, ya alegres, no tienen virtud en lo referente a la tristeza o al placer: ambos hay que despreciarlos, como cosas que velocísimamente pasan y desaparecen. Por esto con razón esta vida se llama camino, pues sus cosas pasan y no duran mucho tiempo. En cambio lo futuro, sea suplicio, sea reino, es inmortal. Pongamos pues en esto gran empeño, para que huyamos del suplicio y consigamos el reino.
¿Qué utilidad hay en los placeres presentes? Hoy son y mañana desaparecerán. Hoy son flor espléndida, mañana serán polvo que se disipa. Hoy son fuego encendido, mañana serán ceniza apagada. No son así las cosas espirituales, sino que siempre permanecen en flor y en brillo, y cada día resplandecen más aún. Estas riquezas nunca perecen, nunca cambian de dueño, jamás se acaban, jamás acarrean cuidados, envidias ni calumnias; no destrozan el cuerpo, no corrompen el alma, no traen consigo soberbia ni envidia: cosas todas que sí se encuentran en las riquezas mundanas.
Aquella gloria no se eleva en soberbia, no engendra hinchazón, jamás se acaba, jamás se oscurece. Quietud y placer en el cielo son para siempre, perennemente inconmovibles e inmortales, sin término ni acabamiento. Pues bien, anhelemos esa otra vida. Si la anhelamos ya no nos cuidaremos para nada de lo presente, sino que todo esto lo despreciaremos y lo burlaremos. Aun cuando alguno nos llame al palacio (que es lo que se tiene por felicidad suma), no asentiremos, apoyados en la dicha esperanza. Quienes están poseídos del amor a lo celestial, tienen esotro por vil y de ningún precio.
Al fin y al cabo, todo cuanto se acaba no se ha de desear en demasía. Lo que cesa y hoy es y mañana perece, aunque sea lo máximo, se reputa por mínimo y despreciable. Busquemos, pues, no lo que huye y pasa, sino lo que permanece sin cambio; para que así podamos alcanzarlo, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre, juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.