Cita del evangelio del día: Mt 13,31-35
En aquel tiempo, Jesús propuso todavía otra parábola a la gente: «El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas».
Les dijo otra parábola: «El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo». Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: ‘Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo’.
Comentario del evangelio del día por San Macario:
Después de la trasgresión de Adán, los pensamientos del alma, lejos del amor de Dios, se dispersaron y se mezclaron con pensamientos materiales y terrestres. Porque Adán, por su trasgresión, recibió en sí mismo la levadura de las malas tendencias y, así, por participación, todos los nacidos de él y de toda la raza de Adán tienen parte en esta levadura. Seguidamente, la malas disposiciones crecieron y se desarrollaron entre los hombres hasta el punto que llegaron a toda clase de desordenes. Finalmente, la humanidad entera se vio penetrada de la levadura de la malicia…
De manera análoga, durante su estancia en la tierra, el Señor quiso sufrir por todos los hombres; rescatarlos con su propia sangre, introducir la levadura celeste de su bondad en las almas de los creyentes humillados bajo el yugo del pecado. Quiso perfeccionar en ellas la justicia de los preceptos y de todas las virtudes hasta que, penetradas de esta nueva levadura, se unieran para el bien y formaran «un solo espíritu con el Señor» según la palabra de san Pablo (1C 6,17). El alma que está totalmente penetrada de la levadura del Espíritu Santo ya no puede tener en ella el mal y la malicia tal como está escrito: «El amor no lleva cuentas del mal» (1Co 13,5). Sin esta levadura celeste, dicho de otra manera, sin la fuerza del Espíritu Santo, es imposible que el alma sea trabajada por la dulzura del Señor y llegue a la vida verdadera.