Cita del evangelio del día: Lc 13,31-35
En aquel tiempo, algunos fariseos se acercaron a Jesús y le dijeron: «Sal y vete de aquí, porque Herodes quiere matarte». Y Él les dijo: «Id a decir a ese zorro: ‘Yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana, y al tercer día soy consumado. Pero conviene que hoy y mañana y pasado siga adelante, porque no cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén’.
»¡Jerusalén, Jerusalén!, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas, y no habéis querido! Pues bien, se os va a dejar vuestra casa. Os digo que no me volveréis a ver hasta que llegue el día en que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».
Comentario del evangelio del día por San Jerónimo:
La cruz de Cristo es la salvación del género humano; sobre esta columna se construye su casa. Cuando hablo de la cruz, no me refiero al madero sino a la pasión. Esta cruz se encuentra tanto en Bretaña como en India y en el universo entero…. Feliz aquel que lleva en su corazón la cruz y la resurrección, al igual que el lugar de su nacimiento y el lugar de la ascensión de Cristo al cielo. Feliz aquel que tiene Belén en su corazón y en el que Cristo puede nacer cada día… Feliz aquel en cuyo corazón Cristo resucita cada día porque cada día se arrepiente de sus pecados más leves. Feliz aquel que cada día sube del monte de los olivos al Reino de los cielos, donde las aceitunas son sabrosas y donde nace la luz de Cristo…
No nos debemos felicitar por haber estado en Jerusalén, sino por haber vivido santamente en ella. La ciudad que debemos buscar no es la que mató a los profetas y derramado la sangre de Cristo, sino aquella que se alegra por los canales de un río que viene de Dios (cf Sal 46,5), la que, construida sobre un monte, no puede quedar escondida, aquella que el apóstol Pablo proclama la madre de los santos y en la que él mismo se alegra de residir juntamente con los justos (Sal 45,5; Mt 5,14; Ga 4,26)… No me atrevería a limitar el poder ilimitado de Dios, a quien el mismo cielo no puede contener, a un lugar determinado o a confinarlo a un pequeño rincón de la tierra. Cada creyente es apreciado según el mérito de su fe y no por el lugar en que habita; y los verdaderos adoradores no tienen necesidad ni de Jerusalén ni de Garizim para adorar al Padre, porque «Dios es espíritu» y sus adoradores deben «adorarlo en espíritu y en verdad» (Jn 4,21-23). Y también, «el Espíritu sopla donde quiere» (Jn 3,8) y «del Señor es la tierra y cuanto la llena» (Sal 23,1)…
Los santos lugares de la cruz y la resurrección sólo son útiles a los que llevan su cruz, resucitan con Cristo cada día y dan muestras de ser dignos de habitar en tales sitios. En cuanto a los que dicen «El Templo del Señor, el Templo del Señor, el Templo del Señor» (Jr 7,4), que escuchen esta palabra del apóstol: «Vosotros sois el templo de Dios si el Espíritu de Dios habita en vosotros» (1Co 3,16)… No creas, pues, que le falta algo a tu fe si no has visto Jerusalén y no creas que yo soy mejor por el hecho de vivir en este lugar. Sino que aquí o donde sea recibirás la recompensa según sean tus obras delante de Dios.