Cita del evangelio del día: Lc 9,18-22
Sucedió que mientras Jesús estaba orando a solas, se hallaban con Él los discípulos y les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado». Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro le contestó: «El Cristo de Dios». Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie. Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día».
Comentario de evangelio del día por San Cirilo de Alejandría:
Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: ¿Quién dice la gente que soy yo? Así pues, el Salvador y Señor de todos se presentaba a sí mismo como modelo de una vida digna a sus santos discípulos cuando oraba solo, en su presencia. Pero tal vez había algo que preocupaba a sus discípulos y que provocaba en ellos pensamientos no del todo rectos. En efecto, veían hoy orar a lo humano al que la víspera habían visto obrar prodigios a lo divino. En consecuencia, no carecería de fundamento que se hiciesen esta reflexión: «¡Qué cosa tan extraña! ¿Hemos de considerarlo como Dios o como hombre?».
Con el fin de poner coto al tumulto de semejantes cavilaciones y tranquilizar su fluctuante fe, Jesús les plantea una cuestión, conociendo perfectamente de antemano lo que decían de él los que no pertenecían a la comunidad judía e incluso lo que de él pensaban los israelitas. Quería efectivamente apartarlos de la opinión de la muchedumbre y buscaba la manera de consolidar en ellos una fe recta. Les preguntó: ¿Quién dice la gente que soy yo?
Una vez más es Pedro el que se adelanta a los demás, se constituye en portavoz del colegio apostólico, pronuncia palabras llenas de amor a Dios y hace una profesión de fe precisa e intachable en él, diciendo: El Mesías de Dios. Despierto está el discípulo, y el predicador de las verdades sagradas se muestra en extremo prudente. En efecto, no se limita a decir simplemente que es un Cristo de Dios, sino el Cristo, pues «cristos» hubo muchos, así llamados en razón de la unción recibida de Dios por diversos títulos: algunos fueron ungidos como reyes, otros como profetas, otros finalmente, como nosotros, habiendo conseguido la salvación por este Cristo, Salvador de todos, y habiendo recibido la unción del Espíritu Santo, hemos recibido la denominación de «cristianos». Por tanto, son ciertamente muchos los «cristos» en base a una determinada función, pero única y exclusivamente él es el Cristo de Dios Padre.
Una vez que el discípulo hubo hecho la confesión de fe, les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado y ejecutado y resucitar al tercer día. Pero, ¿no era ésa una razón de más para que los discípulos lo predicaran por todas partes? Esta era efectivamente la misión de aquellos a quienes él había consagrado para el apostolado. Pero, como dice la sagrada Escritura: Cada asunto tiene su momento. Convenía que su predicación fuera precedida de la plena realización de aquellos misterios que todavía no se habían cumplido. Tales son: la crucifixión, la pasión, la muerte corporal, la resurrección de entre los muertos, este gran milagro y verdaderamente glorioso por el cual se comprueba que el Emmanuel es verdadero Dios e Hijo natural de Dios Padre.
En efecto, la total destrucción de la muerte, la supresión de la corrupción, el espolio del infierno, la subversión de la tiranía del diablo, la cancelación del pecado del mundo, la apertura a los habitantes de la tierra de las puertas del cielo y la unión del cielo y de la tierra: todas estas cosas son, repito, la prueba fehaciente de que el Emmanuel es Dios verdadero. Por eso les ordena cubrir temporalmente el misterio con el respetuoso velo del silencio hasta tanto que todo el proceso de la economía divina haya llegado a su natural culminación. Entonces, es decir, una vez resucitado de entre los muertos, dio orden de revelar el misterio al mundo entero, proponiendo a todos la justificación por la fe y la purificación mediante el santo bautismo. Dijo efectivamente: Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
Así pues, Cristo está con nosotros y en nosotros por medio del Espíritu Santo y habita en nuestras almas. Por el cual y en el cual sea a Dios Padre la alabanza y el imperio, junto con el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.