El evangelio del día nos cuenta que:
En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: «No te asombres de que te haya dicho: ‘Tenéis que nacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu». Respondió Nicodemo: «¿Cómo puede ser eso?». Jesús le respondió: «Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes estas cosas? En verdad, en verdad te digo: nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero vosotros no aceptáis nuestro testimonio. Si al deciros cosas de la tierra, no creéis, ¿cómo vais a creer si os digo cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna».
Cita del evangelio del día: Jn 3,7-15
Comenta el evangelio del día de hoy de San Agustín de Hipona:
Párrafos escogidos de diferentes textos de San Agustín de Hipona para el evangelio del día.
Pues el Espíritu habla, pero Nicodemo entiende en sentido carnal. No había conocido éste más que un solo nacimiento (el que proviene de Adán y Eva) y no conocía el que proviene de Dios y de la Iglesia. Y así debes comprender el nacimiento del Espíritu como Nicodemo conoció el nacimiento de la carne. Como no puede volverse otra vez al seno de la madre, tampoco puede reiterarse el bautismo.
Como si dijere: tú crees que me refiero a la generación carnal, pero me refiero al nacimiento que tiene lugar por medio del agua y del Espíritu, por medio del cual nace el hombre para el reino de Dios. Si uno nace ya de las entrañas de su madre carnal, de un modo temporal, para obtener la heredad del padre, nace de las entrañas de la Iglesia para la eterna heredad de Dios Padre. Como el hombre consta de dos sustancias, a saber: de cuerpo y de alma, debe tener dos clases de generación: la del agua, que es visible, se aplica para la limpieza del cuerpo y la del Espíritu, que es invisible, para la purificación del alma, que es invisible.
¿Y quién de nosotros no verá (por ejemplo), el Austro yendo desde el Mediodía al Aquilón , u otro viento que del Oriente se encamina al Occidente? ¿Y cómo desconocemos de dónde viene y a dónde va?
Suena el salmo, suena el Evangelio, suena la Palabra divina, y todo ello es voz del Espíritu. Y dice esto porque el Espíritu está presente, aunque de una manera invisible, en la palabra y en el sacramento, para que nazcamos.
Y aun cuando tú nacieres del Espíritu, serás de tal modo que aquél que no ha nacido aun del Espíritu, no sabrá de dónde vienes ni a dónde vas. Dice esto a continuación: «Así es todo aquél que es nacido del Espíritu».
¿Y qué creemos? ¿que el Señor quiso insultar a ese maestro de Israel? Quería en realidad que naciese del Espíritu, porque ninguno nace del Espíritu si no es humilde, en atención a que la humildad es la que nos hace nacer del Espíritu. Mas Nicodemo, enorgullecido con su magisterio, se creía a sí mismo persona de importancia porque era doctor de los judíos. Mas el Señor le hace bajar de su soberbia para que pueda nacer del Espíritu.
Esto es: si no creéis que puedo levantar el templo derribado por vosotros, ¿cómo creeréis que puedo regenerar a los hombres por medio del Espíritu Santo?
Conocida la torpeza de Nicodemo, que antes se levantaba sobre los demás por su magisterio, y reprendida así la incredulidad de todos sus semejantes, respondió a lo que se le había preguntado para que otros crean si ellos no creen: «¿Cómo puede hacerse esto?» Dijo: «Y ninguno subió al cielo sino el que descendió del cielo; el Hijo del hombre, que está en el cielo». Como diciendo: así se formará la generación espiritual, convirtiéndose en celestiales los hombres, cuando antes eran terrenos, lo que no podrán conseguir si no se hacen miembros míos, para que entonces suba el mismo que bajó, no considerando a su Cuerpo (esto es, a su Iglesia) como otra cosa que su misma persona.
Aun cuando el Hijo del hombre ha sido engendrado en la tierra, sin embargo no consideró a su divinidad, que vive en el cielo y bajó a la tierra, como indigna del nombre de Hijo del hombre. Porque por la unidad de la persona, que por una y otra sustancia es Cristo y el Hijo de Dios, anda en la tierra, siendo el mismo Hijo del hombre el que estaba en el cielo. Por lo tanto la fe de las cosas creíbles la obtenéis cuando creéis en las cosas increíbles. Pero si la divina esencia, que es muy superior, pudo, sin embargo, tomar esta esencia humana por nosotros, para poder hacerse una sola persona, ¿no ha de ser también creíble que los demás santos se hacen con el Hombre Cristo un solo Cristo? Y si todos suben por medio de su gracia, ¿no es uno mismo el que sube al cielo y el que bajó del cielo?
¿Te admiras de que estaba en el cielo al mismo tiempo? Pues el mismo don concedió a sus discípulos. Oigase a San Pablo que dice: «Nuestra morada está en los cielos» (Flp 3,20). Y si San Pablo, siendo hombre y estando en la tierra, moraba en los cielos, ¿el Dios del cielo y la tierra no podía estar a la vez en el cielo y en la tierra?
Muchos morían en el desierto por las mordeduras de las serpientes. Y por ello Moisés, por orden de Dios, levantó en alto una serpiente de bronce en el desierto; cuantos miraban a ésta, quedaban curados en el acto. La serpiente levantada representa la muerte de Cristo, de la misma manera que el efecto se significa por la causa eficiente. La muerte había venido por medio de la serpiente, la que indujo al hombre al pecado por el cual había de morir; mas el Señor, aun cuando en su carne no había recibido el pecado, que era como el veneno de la serpiente, había recibido la muerte, para que hubiese pena sin culpa en la semejanza de la carne del pecado, por lo cual en esta misma carne se paga la pena y la culpa.
Así como en otro tiempo quedaban curados del veneno y de la muerte todos los que veían la serpiente levantada en el desierto, así ahora el que se conforma con el modelo de la muerte de Jesucristo por medio de la fe y del bautismo, se libra también del pecado por la justificación, y de la muerte por la resurrección. Y esto es lo que dice: «Para que todo aquél que cree en El no perezca, sino que tenga vida eterna». ¿Y para qué se necesita que la muerte de Jesucristo se compare con el bautismo del niño, si no ha sido envenenado éste aún por la mordedura de la serpiente?
Hay una diferencia entre la figura y la realidad, y es que aquellos eran curados sólo de la muerte temporal volviendo a una vida material, mas éstos obtienen la vida eterna.
Debe observarse que explica lo mismo respecto del Hijo de Dios que lo anunciado respecto del Hijo del hombre exaltado en la cruz, diciendo: «Para que todo aquél que crea en El». Porque el mismo Redentor y Creador nuestro, el Hijo de Dios existente antes de todos los siglos, ha sido hecho Hijo del hombre por los siglos de los siglos, a fin de que quien por el poder de su divinidad nos había creado para gozar de la felicidad de la vida eterna, El mismo nos redimiese por medio de la fragilidad humana para que alcanzáramos la vida que habíamos perdido.
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