Cita del evangelio del día: Mt 13,44-46
En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel.
»También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra».
San Agustin de Hipona nos comenta el evangelio del día:
Se parece el reino de los cielos a un comerciante que va buscando perlas finas. Y al encontrar una de gran valor, se fue a vender todo lo que tenía y la compró. La pregunta es por qué se pasa del número plural al singular: el comerciante buscaba perlas de calidad, y se encuentra con una de gran valor, vendiendo todo lo que tenía para comprarla. Podría tratarse de alguien que buscando hombres buenos, con los cuales pasar la vida de una forma laudable, se encuentra con el que los supera a todos, el sin pecado (Cf 2Co 5,21), mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús (Cf 1Tm 2,5). O bien podría tratarse de uno que anda a la búsqueda de mandamientos, para observarlos y tener un buen comportamiento con los hombres, y se encuentra con el amor al prójimo, que en palabras del Apóstol, él solo resume todos los mandamientos. Porque el no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio y cualquier otro mandamiento son como perlas que se contienen todas en esta sola frase: Ama a tu prójimo como a ti mismo (Rm 13,9). O quizá se trate de alguien que está a la búsqueda de buenos conceptos, y se encuentra con aquel que los contiene a todos: la Palabra que existía en el principio, que estaba con Dios, que era Dios (Cf Jn 1,1); la Palabra luminosa con el esplendor de la verdad, sólida con la firmeza de la eternidad, y en todo semejante a sí misma por la belleza de la divinidad; aquella Palabra que es Dios para quienes logren penetrar más allá del caparazón de la carne. El hombre de la parábola ya había conseguido la perla, que por algún tiempo estuvo escondida bajo la cobertura de la mortalidad, como bajo un obstáculo de duras conchas, en lo profundo de este mundo, y oculta entre la dureza pétrea de los judíos. Este hombre, digo, ya había conseguido la posesión de la perla, cuando dice: Y aunque antes habíamos conocido a Cristo según la carne, ahora ya no lo conocemos así (2Co 5,16) . Porque ninguna concepción merece en absoluto el nombre de perla, si no se consigue eliminar de ella todas las envolturas terrenas que la están cubriendo, sea por la palabra humana o por las semejanzas con que se la envuelve. Sólo así se puede llegar a ver este concepto con pureza, solidez, en nada diferente de sí mismo y con total certeza. Todos los demás conceptos verdaderos, estables, perfectos, están contenidos en ese único, por medio del cual fueron creadas todas las cosas, es decir, la Palabra de Dios (Cf Jn 1,3). Cada una de estas tres interpretaciones, o cualquiera otra que se nos pueda ocurrir, y que esté bien significada con el nombre de la única y preciosa perla, tiene el precio de nosotros mismos. Y no somos capaces de llegar a poseerla, si no es consiguiendo nuestra liberación mediante el desprecio de todo lo temporal que poseemos. Vendiendo todas nuestras cosas, ningún precio mayor recibimos por ellas que a nosotros mismos. Cuando estábamos implicados en todas ellas, no éramos dueños de nosotros. Entreguémonos, pues, a cambio de tal perla, no porque ése sea su valor, sino porque ya más no podemos dar.