• 12/03/2025

Evangelio del día 4 de Febrero 2020

Evangelio del día

Cita del evangelio del día: Mc 5,21-43

En aquel tiempo, Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a Él mucha gente; Él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía.

Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré». Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de Él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?». Sus discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’». Pero Él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante Él y le contó toda la verdad. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad».

Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?». Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe». Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de Él. Pero Él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer.

Es de observar que lo que se dice de la hija del jefe de la sinagoga lo hizo Jesús cuando pasó a la orilla opuesta. Pero no consta si lo hizo enseguida, o si tardó en hacerlo. Es de creer, sin embargo, que medió algún tiempo, pues de otro modo no hubiera podido celebrarse antes en su casa el convite del que habla San Mateo, y después del cual refiere lo acontecido con la hija de dicho jefe. Así, pues, el evangelista ha tejido su narración de un modo tan ordenado, que lo que ha sucedido después lo refiere después.
«Vino en busca de El, continúa, uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo».

Toma, pues, en consideración no las palabras del padre, sino la voluntad, que es mucho más poderosa, porque lo que quería en realidad era que reviviera a su hija, creyendo que no podría encontrar ya viva a la que había dejado moribunda.

No se dice que diera su asentimiento a los que llegaron con la noticia y se oponían a que fuera ya el Maestro. Por esto, al decirle el Señor: «No temas; ten fe», no lo tacha de incrédulo, sino que quiere robustecer su fe. Si, pues, el evangelista refiriera que fue el jefe de la sinagoga quien dijo que no había ya razón de molestar a Jesús -cuando fueron los que venían de su casa los que lo dijeron-, estas palabras se opondrían al anuncio que San Mateo pone en sus labios, esto es, de que la muchacha había muerto.
«Y no permitió que le siguiese ninguno, fuera de Pedro, y Santiago y Juan, el hermano de Santiago».