• 20/09/2024

Evangelio del día 8 de Junio 2020

Evangelio del día

Cita del evangelio del día: Mt 5,1-12

En aquel tiempo, viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros».

 

Comentario del evangelio del día por San Hilario de Poitiers:

Habiéndose congregado en tomo a Jesús un gran gentío, sube a la montaña y se pone a enseñar; es decir, se sitúa en la soberana elevación de la majestad paterna, y promulga el código de la vida celestial. No hubiera, en efecto, podido entregarnos estatutos de eternidad, sino situado en la eternidad. A continuación, el texto se expresa así: Abriendo la boca, se puso a enseñarles. Hubiera sido más rápido decir simplemente habló. Pero como estaba instalado en la gloria de la majestad paterna y enseñaba la eternidad, por eso se pone de manifiesto que la articulación de la boca humana obedecía al impulso del Espíritu que hablaba.

Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. El Señor había ya enseñado con su ejemplo que hay que renunciar a la gloria de la ambición humana, diciendo: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto. Y como por boca del profeta había advertido que estaba dispuesto a elegirse un pueblo humilde y que se estremece ante sus palabras, puso los fundamentos de la dicha perfecta en la humildad de espíritu.

Hemos, pues, de aspirar a la sencillez, esto es: recordar que somos hombres, hombres a quienes se les ha dado posesión del reino de los cielos, hombres conscientes de que, siendo el resultado de una combinación de gérmenes pobrísimos y deleznables, son procreados en orden a este hombre perfecto y para comportarse —con la ayuda de Dios— según este modelo de sentir, programar, juzgar y actuar.

Nadie piense que algo es suyo, que es de su propiedad: a todos se nos han dado, por donación de un padre común, unos mismos cauces para entrar en la vida y se han puesto a nuestra disposición idénticos medios para disfrutar de ella. A ejemplo de ese óptimo Padre, que nos ha dado todas estas cosas, debemos nosotros convertirnos en émulos de esa bondad que él ha derrochado en nosotros, de manera que seamos buenos con todos y estemos firmemente convencidos de que todo es común a todos; que no nos corrompa ni la provocativa fastuosidad del siglo ni la codicia de riquezas ni la ambición de la vanagloria, sino estemos más bien sometidos a Dios y, en razón de la comunión de vida, estemos unidos a todos por el amor a la vida común, estimando además que, desde el momento en que Dios nos ha llamado a la vida, nos tiene preparado un gran premio, premio y honor que nosotros hemos de merecer con las obras de la presente vida. Y así, con esta humildad de espíritu, por la que esperamos alcanzar de Dios tanto un indulto general en el presente y mayores dones en el porvenir, será nuestro el reino de los cielos.

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia. En último término, recompensa con la perfecta felicidad a quienes, por causa de Cristo, están dispuestos a soportarlo todo por él: pues él es la justicia.

A éstos, además de reservárseles el reino, se les promete una sustanciosa recompensa, es decir, a los pobres de espíritu en su desprecio del mundo, a los marginados por la pérdida de los bienes presentes u otras desventuras, a los confesores de la justicia celeste contra las maldiciones de los hombres, finalmente, a los gloriosos mártires de las promesas de Dios, en una palabra, a todos los que han gastado su vida como testimonio de su eternidad.