• 12/03/2025

Evangelio del día 9 de marzo 2019

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)En aquel tiempo, Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: «Sígueme». El, dejándolo todo, se levantó y le siguió. Leví le ofreció en su casa un gran banquete. Había un gran número de publicanos, y de otros que estaban a la mesa con ellos. Los fariseos y sus escribas murmuraban diciendo a los discípulos: «¿Por qué coméis y bebéis con los publicanos y pecadores?». Les respondió Jesús: «No necesitan médico los que están sanos, sino los que están mal. No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores».

Lc 5,27-32

Comentario del evangelio de Lucas 5, 27-32 por San Francisco de Sales:

Esto es lo que tengo que deciros sobre el ayuno y lo que hay que observar para hacerlo bien. 

Lo primero es que vuestro ayuno ha de ser total y general, es decir, que hagáis ayunar a todos los miembros de vuestro cuerpo y todas las potencias de vuestra alma: llevando la vista baja, o al menos más que de ordinario; guardando más silencio, por lo menos más puntualmente que de costumbre; mortificando el oído y la lengua para no oír ni decir nada vano e inútil. 

El entendimiento para no considerar sino cosas (que os lleven a devoción); la memoria, llenándola del recuerdo (de lo que nuestro Señor ha sufrido por vos); en fin, sujetando vuestra propia voluntad y vuestro espíritu propio. Si hacéis esto, vuestro ayuno será completo, interior y exterior, pues mortificaréis el cuerpo y el espíritu. 

La segunda condición es que ni vuestro ayuno ni vuestras obras las hagáis para que las vean los hombres… ¡Cuántos hipócritas ponen caras tristes y no estiman como santos sino a los que están flacos. Qué locura! Como si la santidad consistiese en la delgadez. Pues Santo Tomás de Aquino no era delgado sino muy gordo… y era santo. Y otros muchos que no eran delgados, eran muy austeros y excelentes servidores de Dios. 

Pero el mundo, que no mira sino lo externo, no tiene por santos sino a los pálidos y enflaquecidos. Ahí veis lo que es el espíritu humano: no considera más que las apariencias y todas sus obras las hace para aparecer ante los hombres; nuestro Señor no lo hace así, haced vuestro ayuno en secreto, para los ojos de vuestro Padre Celestial. 

Y esta es la tercera condición, a saber, mirar a Dios y hacerlo todo para agradarle… Haced, hija mía, todas vuestras acciones y, por tanto, vuestro ayuno para complacer sólo a Dios, a quien sea el honor y la gloria por todos los siglos. Amén.

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