Felices los pobres: San León Magno
“Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mt 5, 3). No habrá podido pedir que de algunos pobres la Verdad había querido hablar, diciendo, sí: “Dichosos los pobres”; o «felices los pobres» ella no había añadido nada sobre el género de pobres que tenía que entender: habrá parecido antes que, para merecer el Reino de los cielos, bastaría sólo la indigencia de la que muchos padecen por el efecto de una penosa y dura necesidad. Pero diciendo: “Dichosos los pobres en el espíritu”, el Señor muestra que el Reino de los cielos debe ser dado a los que recomienda la humildad del alma más que la penuria de los recursos.
No puede dudarse de que los pobres consiguen con más facilidad que los ricos el don de la humildad, ya que los pobres, en su indigencia, se familiarizan fácilmente con la mansedumbre y, en cambio los ricos se habitúan fácilmente a la soberbia. Sin embargo, no faltan tampoco ricos adornados de esta humildad y que de tal modo usan de sus riquezas que no se ensoberbecen con ellas, sino que se sirven más bien de ellas para obras de caridad, considerando que su mejor ganancia es emplear los bienes que poseen en aliviar la miseria de los prójimos. El don de esta pobreza se da, pues en toda clase de hombres y en todas las condiciones en las que el hombre puede vivir, pues pueden ser iguales por el deseo incluso aquellos que por la fortuna son desiguales, y poco importan las diferencias en los bienes terrenos si hay igualdad en las riquezas del espíritu. Bienaventurada es, pues, aquella pobreza que no se siente cautivada por el amor de bienes terrenos ni pone su ambición en acrecentar las riquezas de este mundo, sino que desea más bien los bienes del cielo.
Felices
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