Homilía de Benedicto XVI en el Corpus Christi
Segunda Parte:
La Secuencia, en su punto culminante, nos ha hecho cantar: «Ecce panis angelorum, factus cibus viatorum: vere panis filiorum», «He aquí el pan de los ángeles, pan de los peregrinos, verdadero pan de los hijos»: La Eucaristía es el alimento reservado a los que en el bautismo han sido liberados de la esclavitud y han llegado a ser hijos, y por la gracia de Dios nosotros somos
hijos; es el alimento que los sostiene en el largo camino del éxodo a través del desierto de la existencia humana.
Como el maná para el pueblo de Israel, así para toda generación cristiana la Eucaristía es el alimento indispensable que la sostiene mientras atraviesa el desierto de este mundo, aridecido por sistemas ideológicos y económicos que no promueven la vida, sino que más bien la mortifican; un mundo donde domina la lógica del poder y del tener, más que la del servicio y del amor; un mundo donde no raramente triunfa la cultura de la violencia y de la muerte. Pero Jesús sale a nuestro encuentro y nos infunde seguridad: él mismo es “el pan de vida” (Jn 6, 35-48). Nos lo ha repetido en las palabras del Aleluya “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien come de este pan, vivirá para siempre” (cf. Jn 6, 51).
En el pasaje evangélico que se acaba de proclamar, san Lucas, narrándonos el milagro de la multiplicación de los cinco panes y dos peces con los que Jesús sació a la muchedumbre “en un lugar desierto”, concluye diciendo: “Comieron todos hasta saciarse” (cf. Lc 9, 11-17).
En primer lugar, quiero subrayar la palabra “todos”. En efecto, el Señor desea que todos los seres humanos se alimenten de la Eucaristía, porque la Eucaristía es para todos. Si en el Jueves santo se pone de relieve la estrecha relación que existe entre la última cena y el misterio de la muerte de Jesús en la cruz, hoy, fiesta del Corpus Christi, con la procesión y la adoración común de la Eucaristía se llama la atención hacia el hecho de que Cristo se inmoló por la humanidad entera. Su paso por las casas y las calles de nuestra ciudad será para sus habitantes un ofrecimiento de alegría, de vida inmortal, de paz y de amor.
En el pasaje evangélico sata a la vista un segundo elemento: el milagro realizado por el Señor contiene una invitación explícita a cada uno para dar su contribución. los cinco panes y dos peces indican nuestra aportación, pobre pero necesaria, que él transforma en don de amor para todos. “Cristo -escribí en la citada exhortación postsinodal- sigue exhortando también hoy a sus discípulos a comprometerse en primera persona” (n. 88). Por consiguiente, la Eucaristía es una llamada a la santidad y a la entrega de sí a los hermanos, pues “la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo” (ib.).
(…)
La fiesta del Corpus Christi quiere hacer perceptible, a pesar de la dureza de nuestro oído interior, esta llamada del Señor. Jesús llama a la puerta de nuestro corazón y nos pide entrar no sólo por un día, sino para siempre. Lo acogemos con alegría elevando a él la invocación coral de la liturga. “Buen pastor, verdadero pan, oh Jesús, ten piedad de nosotros (…) Tú que todo lo sabes y lo puedes, que nos alimentas en la tierra, lleva a tus hermanos a la mesa del cielo, en la gloria de tus santos. Amén.
Papa Benedicto XVI
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