La caridad perfecta de María – Benedicto XVI
¡Queridos hermanos y hermanas!
Meditando los misterios gozosos del santo Rosario, se revive la subida a la colina donde el evangelista Lucas relata la experiencia de María, que desde Nazaret de Galilea «se puso en camino hacia la montaña» (Lc 1, 39) para llegar a una aldea de Judá donde vivía Isabel con su marido Zacarías.
¿Que impulsó a María, una muchacha joven, a afrontar aquel viaje? ¿Qué, sobre todo, la llevó a olvidarse de sí misma para pasar los primeros tres meses de su embarazo al servicio de su prima, necesitada de ayuda? La respuesta está escrita en un Salmo: «Corro por el camino de tus mandamientos Señor, pues tú mi corazón dilatas» (Sal 118, 32). El Espíritu Santo, que hizo presente al Hijo de Dios en la carne de María, ensanchó su corazón hasta la dimensión de Dios y la impulsó por la vía de la caridad.
La visitación de María se comprende a la luz del acontecimiento que le precede inmediatamente en el relato del Evangelio de Lucas: el anuncio del Ángel y la concepción de Jesús por obra del Espíritu Santo. El Espíritu Santo descendió sobre la Virgen, el poder del Altísimo la cubrió con su sombra (Lc 1,35). Aquel mismo Espíritu la impulsó a «levantarse» y a partir sin tardanza (Lc 1,39), para ayudar a su anciana parienta.
Jesús acaba de comenzar a formarse en seno de María, pero su Espíritu ya ha llenado el corazón de ella, de forma que la Madre comienza ya a seguir al Hijo divino: en el camino que de Galilea conduce a Judá es el mismo Jesús el que «impulsa» a María, infundiéndole el ímpetu generoso de salir al encuentro del prójimo que tiene necesidad, el valor de no anteponer sus legítimas exigencias, dificultades, peligros para su propia vida. Es Jesús quien la ayuda a superar todo dejándose guiar por la fe que actúa por la caridad (Ga 5,6).
Meditando este misterio, comprendemos bien porque la caridad cristiana es una virtud teologal. vemos que el corazón de María está visitado por la gracia del Padre, es penetrado por la fuerza del Espíritu e impulsado interiormente por el Hijo; o sea, vemos un corazón humano perfectamente insertado en el dinamismo de la santísima Trinidad. Este movimiento es la caridad, que en María es perfecta y se convierte en modelo de la caridad de la Iglesia, como manifestación del amor trinitario (cf Deus caritas est, 19).
Todo gesto de amor genuino incluso el más pequeño, contiene en sí un destello del misterio infinito de Dios: la mirada de atención al hermano, estar cerca de él, compartir su necesidad, curar sus heridas, responsabilizarse de su futuro, todo, hasta en los más mínimos detalles, se hace teologal cuando está animado por el Espíritu de Cristo.
Que María nos obtenga el don de saber amar como ella supo amar. Oramos por todos los cristianos para que puedan decir con San Pablo: «el amor de Cristo nos apremia» (2 Cor 5,14), y con la ayuda de María sepan difundir en el mundo el dinamismo de la caridad.
Benedictus XVI
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