En las “florecillas” (c.7), se cuenta que San Francisco, previo a la cuaresma, junto al lago de Perusa, hospedado en casa de un amigo seglar, tuvo la inspiración de Dios de ir a pasar toda la cuaresma en solitario en una pequeña isla deshabitada de dicho lago.
Francisco le pidió a su amigo que lo llevara en su barca a la isla del lago durante la noche del miércoles de ceniza, sin que nadie se diera cuenta y su amigo así lo hizo. Para su estancia, San Francisco no llevó consigo más que dos panecillos.
Llegados a la isla, al dejarlo el amigo para volverse a casa, San Francisco le pidió que no le dijera a nadie dónde estaba y que volviera a recogerlo hasta el día del jueves santo. Y con esto partió, quedando solo San Francisco en la isla.
En la isla no había más que naturaleza, por lo que se adentró dentro de ella, hasta que encontró un resguardo natural entre zarzas y arbustos. En este sitio se puso a orar y a contemplar las cosas de Dios sin comer otra cosa mas que la mitad de uno de aquellos dos panecillos que llevó, como pudo comprobar el día de jueves santo aquel mismo amigo, al ir a recogerlo; de los dos panes halló uno entero y la mitad del otro.
¿Por qué Francisco comió solo ese medio pan de los dos que llevaba? Se cuenta que lo comió para alejar de sí el veneno de la vanagloria, de igualarse al perfecto ayuno que logró Jesús cuarenta días y cuarenta noches.
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