La humildad según Raniero Cantalamessa:
Francisco de Asís es la demostración viviente de que la reforma más útil de la Iglesia es la de la vía de la santidad, que consiste siempre en un regreso valiente al Evangelio, y que debe comenzar por uno mismo.
En esta segunda meditación quisiera profundizar sobre un aspecto del regreso al Evangelio, una virtud de Francisco a la que el mundo no aspira en absoluto, o muy pocos lo hacen, pero que en cambio es la raíz de la que brotaron en él aquellos otros valores tan apreciados: su humildad. Según Dante Alighieri, toda la gloria de Francisco depende de su «haberse hecho pequeño», es decir de su humildad (Paraíso XI, 111). ¿Pero en qué consistió la proverbial humildad de san Francisco?
En todas las lenguas, a través de las cuales ha pasado la Biblia para llegar hasta nosotros, es decir, en hebreo, en griego, en latín, en italiano, en castellano, la palabra «humildad» tiene dos significados fundamentales: uno objetivo que indica bajeza, pequeñez o miseria de hecho, y uno subjetivo que indica el sentimiento y reconocimiento que se tiene de la propia pequeñez. Este último es lo que entendemos por virtud de la humildad.
Cuando en el Magníficat María dice: «Ha mirado la humildad (tapeinosis) de su esclava», entiende la humildad en sentido objetivo, ¡no subjetivo! Por esto muy oportunamente en distintas leguas, por ejemplo en alemán, el término es traducido por «pequeñez» (Niedrigkeit). ¿Cómo se puede imaginar, por lo demás, que María exalte su humildad [virtud] y atribuya a ésta la elección de Dios, sin, con eso mismo, destruir la su humildad? Sin embargo, se ha escrito a veces incautamente que María no se atribuye ninguna virtud más que la de la humildad, como si de esa manera se hiciese un gran honor y no un gran mal a tal virtud.
La virtud de la humildad tiene un estatuto muy especial: la tiene quien no cree tenerla, no la tiene quien cree tenerla. Solo Jesús puede declararse «humilde de corazón» y serlo verdaderamente; como veremos, ésta es la única e irrepetible característica de la humildad del hombre-Dios. Por tanto, ¿María no tenía la virtud de la humildad? Claro que la tenía y en grado sumo, pero esto lo sabía solo Dios, ella no. Esto precisamente es lo que constituye el mérito inigualable de la verdadera humildad: que su perfume lo percibe solo Dios, no quien lo emana. San Bernardo escribió: «El verdadero humilde es aquel que quiere ser considerado vil, no proclamado humilde».[5] La humildad de Francisco, como veremos en la florecilla de fray Maseo, es precisamente de este tipo: él no se consideraba humilde, sino vil. En efecto, las Florecillas, con su lenguaje encantador, refieren en relación con esto un episodio significativo y, en el fondo, ciertamente histórico:
«Un día, al volver san Francisco del bosque, donde había ido a orar, el hermano Maseo quiso probar hasta dónde llegaba su humildad; le salió al encuentro y le dijo en tono de reproche:
— ¿Por qué a ti? ¿Por qué a ti? ¿Por qué a ti?
— ¿Qué quieres decir con eso? -repuso San Francisco.
Y el hermano Maseo:
— Me pregunto ¿por qué todo el mundo va detrás de ti y no parece sino que todos pugnan por verte, oírte y obedecerte? Tú no eres hermoso de cuerpo, no sobresales por la ciencia, no eres noble, y entonces, ¿por qué todo el mundo va en pos de ti?
Al oír esto, san Francisco sintió una grande alegría de espíritu (…), se dirigió al hermano Maseo y le dijo:
— ¿Quieres saber por qué a mí? ¿Quieres saber por qué a mí? ¿Quieres saber por qué a mí viene todo el mundo? Esto me viene de los ojos del Dios altísimo, que miran en todas partes a buenos y malos, y esos ojos santísimos no han visto, entre los pecadores, ninguno más vil ni más inútil, ni más grande pecador que yo…» (Flor 10).
La pregunta se plantea hoy con mucha más razón que en tiempo de fray Maseo. En aquel tiempo el mundo que iba detrás de Francisco era el limitado mundo de Umbría y de Italia central; ahora es literalmente todo el mundo, con frecuencia también el mundo no creyente o de los creyentes de otras religiones. La respuesta del Pobrecillo a fray Maseo era sincera, pero no era la verdadera. En realidad, todo el mundo admira y queda fascinado por la figura de Francisco porque ve realizados en él los valores a que todos los hombres aspiran: la libertad, la paz consigo mismo y con la creación, la alegría, la fraternidad universal.
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