La imitación de Cristo según San Alberto Hurtado
La imitación de Cristo:
Nuestra religión no consiste, como en primer elemento, en una reconstrucción del Cristo histórico; ni en una pura metafísica o sociología o política; ni en una sola lucha fría y estéril contra el pecado, que es una manifestación del amor, pero no el amor salvador; ni primordialmente en la actitud de conquista. Nuestra imitación de Cristo no consiste tampoco en hacer lo que Cristo hizo. ¡Nuestra civilización y condiciones de vida son tan diferentes!Nuestra imitación de Cristo consiste en vivir la vida de Cristo, en tener esa actitud interior y exterior que en todo se conforma a la de Cristo, en hacer lo que Cristo haría si estuviese en mi lugar.Lo primero necesario para imitar a Cristo es asimilarse a Él por la gracia, que es la participación de la vida divina. Y de aquí ante todo aprecia el bautismo, que introduce, y la Eucaristía que alimenta esa vida y que da a Cristo, y si la pierde, la penitencia para recobrar esa vida… Esa vida de la gracia es la primera aspiración de su alma.
Estar en Dios, tener a Dios, vivir la vida divina, ser templo de la Santísima Trinidad… Y luego de poseer esa vida, procura actuarla continuamente en todas las circunstancias de su vida por la práctica de todas las virtudes que Cristo practicó, en particular por la caridad, la virtud más amada de Cristo. La misión de este hombre es la de iluminar el mundo con la caridad de Cristo.
Ofrecerse al mundo como una solución a sus problemas; ser para el mundo una luz, una gracia, una verdad que los lleve al Padre.La encarnación histórica necesariamente restringió Cristo y su vida divino-humana a un cuadro limitado por el tiempo y el espacio. La encarnación mística, que es el cuerpo de Cristo, la Iglesia, quita esa restricción y la amplía a todos los tiempos y espacios donde hay un bautizado. La vida divina aparece en todo el mundo.
El Cristo histórico fue judío viviendo en Palestina en tiempo del Imperio Romano. El Cristo místico es chileno del siglo XX, alemán, francés y africano… Es profesor y comerciante, es ingeniero, abogado y obrero, preso y monarca… Es todo cristiano que vive en gracia de Dios y que aspira a integrar su vida en las normas de la vida de Cristo, en sus secretas aspiraciones, y que aspira siempre a esto: a hacer lo que hace, como Cristo lo haría en su lugar. A enseñar la ingeniería, como Cristo la enseñaría, el derecho… a hacer una operación con la delicadeza… a tratar a sus alumnos con la fuerza suave, amorosa y respetuosa de Cristo, a interesarse por ellos como Cristo se interesaría si estuviese en su lugar. A viajar como viajaría Cristo, a orar como oraría Cristo, a conducirse en política, en economía, en su vida de hogar como se conduciría Cristo.
Esto supone un conocimiento de los evangelios y de la tradición de la Iglesia, una lucha contra el pecado, trae consigo una metafísica, una estética, una sociología, un espíritu ardiente de conquista… Pero no cifra en ellos lo primordial. Si humanamente fracasa, si el éxito no corona su apostolado, no por eso se impacienta.
Cristo triunfó desde la cruz, “Cuando sea elevado sobre la tierra” (Jn 12,32). La misión de Cristo, que es lo que más nos importa, se realizó a pesar de nuestras debilidades… Y él, como Cristo, en éxito o en derrota siembra la verdad; repondan o no, da testimonio de la verdad; se presenta como una luz cada día fulgurante, procura buscar las ovejas que no son del rebaño.Este es el catolicismo de un Francisco de Asís, Ignacio, Javier… , y de tantos jóvenes y no jóvenes que viven su vida cotidiana de casados, de profesores, de solteros, de estudiantes, de religiosos, que participan en el deporte y en la política con ese criterio de ser Cristo.
Éste muestra al hombre egoísta lo que puede ser el hombre que ha encontrado la solución del misterio de la vida por el abandono de sí mismo en la divinidad. Éstos son los faros que convierten las almas, y que salvan las naciones. Esto es lo que primordialmente necesita esta Universidad. Profesores llenos de esta sublime aspiración: ser Cristo, plenamente Cristo, en la seriedad de su vida profesional, en la intimidad de su vida de hogar, en sus relaciones de comercio, en su vida social, en sus relaciones con sus alumnos. Ésta es la vida que con su conducta y sus palabras han de predicar. ¡Ah sí así fuese!, ¡qué juventud la que tendríamos! ¡Qué influencia la de nuestra Universidad! ¡Este es el único camino sólido y seguro de salvar a Chile, y de responder a los deseos de Cristo!
Meditemos en el camino, y en nuestra obligación de ser para nuestros alumnos esa luz, esa gracia que oriente sus vida hacia un cristianismo totalitario que los satisfaga totalmente y que les muestre cómo, en cada circunstancia de la vida, ellos tienen el deber de ser católicos y cómo a su vez pueden serlo.Los jóvenes de ahora, en este mundo material, sienten como nunca esta inquietud. Es deber nuestro de los sacerdotes y de los catedráticos de saciar esa sed y de mostrarles con nuestras palabras, y sobre todo con nuestras vidas, el camino seguro de realizar esa aspiració
La imitación de Cristo según San Alberto Hurtado
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