La oración del cristiano ha de ser continua porque Dios quiere habitar en nosotros, hablar con nosotros, estar con nosotros, como dos esposos quieren estar juntos en todo momento. La mejor forma para hacerlo es la oración. Por eso, en todo momento, encerrando tu mente en el corazón y manteniendo la atención en Él, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará (Mt.6, 6). Pero con nuestra ajetreada vida… ¿Es esto realmente posible?
¡No te olvides nunca de rezar!
Santa Catalina de Siena, en medio del ajetreo de su vida y de diversos encargos importantes de la Iglesia católica, no dejaba nunca de adentrarse en la celda interior para encontrarse cara a cara con Dios. San Ignacio de Loyola decía que siempre y a cualquier hora que quería encontrar a Dios, lo encontraba. Y al igual que ellos, muchos otros santos conocidos y otros miles de los que no tenemos noticia alguna vivían su vida diaria con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración (Romanos 12,12) ¡Y tú también puedes!
La oración continua es una gracia de Dios, algo que no puedes alcanzar con tus esfuerzos, sino que la regala Dios. Pero lo que si podemos es gritarle a Dios que nos la conceda, y ordenar nuestra vida para recibirla siguiendo las recomendaciones que San Pablo nos dejó escritas: «Estad siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros. No extingáis al Espíritu; no despreciéis las profecías; examinadlo todo y quedaos con lo bueno. Absteneos de todo género de mal» (1 Tesalonicenses 5, 16-22).
No es lo mismo orar constantemente que vivir en oración continua. Lo primero se puede hacer, por ejemplo, con la oración que dice ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! (Lc.18, 38b). Repetir con la mente y la atención recogidas en el corazón continuamente esta oración allana el camino para recibir la oración continua de Dios, en la que tendremos siempre a Dios presente en cada acto de nuestra vida, pues en Él vivimos, nos movemos y existimos (Hechos 17, 28a).
Conviene pues orar constantemente, pues… ¿Qué mejor que hablar con Aquel que tanto nos ha amado? Orar con estas oraciones breves, llamadas jaculatorias, «no es difícil, y puede alternarse con todos nuestros quehaceres y ocupaciones sin quebrantarlos» (San Francisco de Sales).
Además, de entre todas las jaculatorias, la invocación del santo Nombre de Jesús es el camino más sencillo de la oración continua (Catecismo 2668). Haremos bien pues en rezar siempre con esta oración, intercalándola continuamente en los quehaceres de nuestra vida, pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará (Romanos 10, 13). Y de esta forma, quizás Dios nos conceda la gracia de la oración continua, de forma que podemos estar siempre con Él en todo momento… ¡Qué grande es el amor de Dios!
(Artículo publicado en Mensajero del Amor de Dios.)
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