La santidad, los santos, el evangelio y la vida – Blog del Sagrado Corazón de Jesús
La santidad tiene que ver también con la alabanza, con la vida de oración. La vida interior es algo que nunca hay que descuidar, puesto que nos conocemos mejor en la comunicación que tenemos con Dios y con la calidad de esa comunicación.
Finalmente, la santidad consiste en llegar a ser el mejor ser humano que podamos llegar a ser. Alcanzar la perfección no, pero no la de los otros; no se trata de imitar; la santidad tiene que ver con el compromiso personal con nosotros mismos. Ser santo es llegar a la máxima perfección, es alcanzar el heroísmo, la plenitud personal, llegar a ser felices. Eso es la santidad. De hecho podríamos traducir así las bienaventuranzas: santos los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos; santos los mansos, los misericordiosos, los perseguidos, los que trabajan por la paz, etc. Dichoso se traduce: bienaventurado, feliz, santo. Esto es exacto.
Cuando un ser humano ha vivido el espíritu de las bienaventuranzas, cuando alguno se ha esforzado por vivir según el corazón del Cristo. Según el espíritu del evangelio se dice que es beatificado, es decir que es declarado santo, feliz, dichoso; la palabra beatificar viene del latín: Beatificare, y esta a su vez de dos palabras latinas también: beatus y facere. Hacer feliz, declarar feliz. Cuando alguien es beatificado en realidad se está declarando públicamente la indudable santidad de ese alguien; se dice que alguien es beato porque vivió intensamente su fe en Jesucristo de manera extraordinaria. Ser beato es ser santo.
Y aunque los procesos de canonización son estrictos, pues requieren la evidencia de algún milagro, el trabajo del que es beato, aun sin ser canonizado ya está hecho: un hombre es santo cundo vive según los criterios del evangelio de manera extraordinaria; los milagros son importantes para la canonización es decir, para la inscripción en los “records” de la Iglesia, pero la santidad ya se ha alcanzado por la vida de justicia, de amor, de entrega a la Iglesia y al reino de Dios. De ahí la importancia de vivir esforzados en alcanzar la perfección todos los días y cada uno de los días.
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Los santos nos sirven de ejemplo, nos ayudan a saber que se puede alcanzar la perfección, que es posible vivir según el corazón de Dios, según su voluntad. Además ellos interceden por nosotros para que también nos esforcemos en alcanzar esa corona de gloria. Quizás hemos entendido por siglos un tanto mal el quehacer de los santos que están en el cielo; hay quienes se pasan la vida pidiendo intercesión solamente en necesidades temporales, como el éxito en el trabajo, en los negocios, la salud, la protección; se realizan las fiestas patronales, con pólvora, colores, papel picado y por supuesto con rezos, novenarios, tradiciones y misas. Eso no está nada mal, honramos a los que han alcanzado la corona inmortal de la gloria y nos alegramos con ellos, a la vez que los invitamos a colaborar con mostros en la tribulación. Sin embargo los santos son algo más. ¿Cuándo se les pide que intercedan para que no caigamos en tentación? ¿Cuándo se les pide fortaleza para soportar la tribulación? ¿Cuándo se les pide sabiduría para vivir con heroísmo nuestra propia vida y luz para vivir nuestro propio camino de santidad? Rara vez. Solo se ocupan cuando hacen falta.
Las devociones a los santos deberían ser impulso en la vida practica. Deberíamos imitar las virtudes de los santos a los que admiramos. Por ejemplo, si admiramos a san Francisco de Asís deberíamos ejercitarnos en vivir la pobreza y generosidad, el amor a María virgen, una vida de oración y sacrificio; si nuestro santo preferido es Santo Tomás de Aquino podríamos esforzarnos en ser estudiosos de la doctrina católica y luchar contra la ignorancia religiosa, al mismo tiempo que tener una vida eucarística, ser verdaderos adoradores de Cristo Sacramentado; si admiramos a san Tarsicio de Roma podríamos imitarlo en su valentía y disposición al servicio de la Iglesia, lo mismo se diga de cualquier santo mártir que admiremos; si nos atrae san Felipe Neri podríamos tratar con delicadeza a los pobres, enfermos, presos, en particular a los jóvenes y a los pequeños; si nuestro santo amado es san Martín de Porres trataríamos de practicar la humildad hasta el extremo, lo mismo que la estricta obediencia al plan de Dios y a nuestros superiores, respetaríamos la naturaleza y viviríamos en intensa oración; si nuestro santo es un contemplativo, como santa Teresa o san Juan de la Cruz estaríamos imitándolos en la búsqueda de Cristo hasta en las cosas aparentemente más insignificantes.
El culto a los santos está incompleto si solo nos dedicamos a hacer la fiesta anual o si solo les pedimos cosas a conveniencia o por necesidad. Hemos pensado que los santos están para hacer milagros o para hacer fiestas en su honor y hemos olvidado aquello que los llevó a los altares, que es su vida de perfección de lucha contra el mal, su vida de oración o su ejemplo de valentía y heroísmo.
Los santos nos dan ejemplo de que en cualquier circunstancia de la vida se puede buscar el rostro de Dios, que en cualquier tribulación estamos llamados a responder a las pruebas y dificultades de la vida como ellos lo hicieron. La santidad consiste en vivir cada momento buscando la voluntad de Dios.
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La voluntad de Dios es una: que escuchemos a su hijo amado, es decir, que vivamos según el ejemplo y las enseñanzas de Jesucristo. Esto nos retorna a reflexionar nuevamente en aquello con que iniciábamos nuestra meditación: las bienaventuranzas, en el vivir esforzados en ser felices, en no perder la paz, al contrario, trabajar por la paz, conservar la alegría, vivir según la voluntad de Dios. Eso es ser santo.
Pero la voluntad de Dios puede tener muchas expresiones, no se trata solo de teorías. Vivir la alegría, vivir en paz implica esfuerzos diferentes para cada uno, pues no todos tenemos ni los mismo retos, ni las mismas aspiraciones, ni la misma formación; no todos vivimos en el mismo entorno, ni tenemos el mismo trabajo ni la misma familia, ni las mismas obligaciones. Ahí, en las condiciones personales es donde hay que intentar vivir el espíritu del evangelio, que, aunque es el mismo y no cambia, hay que interpretar y practicar según la ocasión y según el entorno personal. El evangelio es la regla general para vivir la santidad, pero hay que traerlo a la vida real, a la vida práctica. No se le puede pedir lo mismo, ni las mismas actitudes a un monje que a un médico; que a un campesino y a un obrero; cada cual debe ser ingenioso, creativo; debe dejarse guiar por el evangelio desde su propio campo de acción.
Por eso los santos que ha canonizado la Iglesia son ejemplares, porque supieron, con creatividad, inteligencia y buena disposición, meter el evangelio en su vida, en su ambiente. Los santos son una enorme riqueza porque nos enseñan que el evangelio no pasa, que una vez que Jesucristo se nos ha revelado y nos ha enseñado el camino, siempre hay rutas nuevas que nos lleven a vivir como verdaderos hijos de Dios. Que aunque la revelación ya está hecha, Jesús nos sigue instruyendo, nos sigue mostrando que el evangelio sigue hablando. Pensemos, hay santos de tiempos de Jesucristo y los apóstoles, los hay de los primeros siglos (la mayoría mártires), los hay también en esa misma época, grandes maestros que definieron en los Concilios y en su predicación, cartas, obras y acciones, la verdadera fe, la verdadera doctrina; los hay de la edad media, de la edad moderna y contemporánea, los hay del siglo pasado y de este tercer milenio. ¡Y todos se inspiraron en el mismo evangelio! Reconozcámoslo, Jesús sigue hablando y con las mismas palabras.
Debemos esforzarnos en actualizar el evangelio a nuestro tiempo y circunstancias; siempre hablará. Si Dios se reveló abiertamente por medio de su Hijo Jesucristo, y si el Espíritu Santo nos recuerda la verdad del evangelio, entonces la revelación siempre es novedad, la santidad nunca ha pasado de moda, siempre se ajusta a los tiempos, Jesús sigue hablando de muchas maneras, dejemos que él sea nuestro maestro y decidamos vivir según su corazón, su ejemplo y su palabra; la fórmula es sencilla, no importa lo que digan los evangelios, siempre quieren decir la misma cosa: sean santos, sean felices, vivan en paz, ámense. Esto es la santidad, ser felices, vivir en paz, amar; la forma la determinarán las circunstancias, las condiciones personales, los recursos, la formación, el tiempo; la santidad consiste en vivir esforzados estas cosas sencillas. Pidamos sabiduría y buena voluntad para lograrlo; pidamos la intercesión de los santos para seguir su ejemplo y con nuestra propia persona dar una respuesta al Padre que nos llama, al Hijo que nos muestra el camino y al Espíritu Santo que nos recuerda el deber de cada creyente: ser santos, ser a imagen de Cristo.
El Padre Pacco Magaña es sacerdote de la GdH del Sagrado Corazón en SLP, Mexico.
Sagrado Corazón de Jesús en vos confío.
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