La virtud de la Pureza
La guarda de la virtud de la pureza y de la moral sexual se compendia en estas máximas de la Sagrada Escritura:
“El que desprecia las cosas pequeñas, poco a poco, caerá” (Ecle 19, 1). Y: “El que es fiel en lo mínimo, también en lo mayor es fiel; y quien en lo mínimo es infiel, también es infiel en lo mayor” (Lc 16, 10).
El que no se pone por límite más que el pecado, ciertamente caerá en pecado, porque nuestra naturaleza está inclinada hacía el mal como consecuencia del pecado original de nuestros primeros padres. A raíz de la caída original del genero humano, se rompió el equilibrio de nuestras facultades, que sometía nuestras afecciones inferiores plenamente a la razón. Como resultado de esta ruptura, el apetito del placer se levanta muchas veces contra las exigencias de la razón y nos empuja hacia el pecado.
La dificultad en señalar el límite que separa el placer honesto del desordenado y prohibido, sube de punto si consideramos que el uso de los placeres lícitos sirve con frecuencia de incentivo para los desordenados y pecaminosos. El instinto y apetito del placer dentro de lo lícito, nos empuja a más y más, hasta llevarnos al desorden que nos conduce al pecado. Por eso, es necesaria la mortificación cristiana que nos enseña a privarnos muchas veces de cosas lícitas y placeres honestos, no por empeñarse en ver pecado donde no lo hay, sino como defensa y garantía del bien, que peligra, si nos acercamos imprudentemente a los linderos del mal.
Extraído del manual del Pueblo de Dios.
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