Las cuatro fuentes que manan del paraíso terrenal. Sermón de San Bernardo de Claraval.
Las cuatro fuentes que manan del paraíso terrenal. Sermón de San Bernardo de Claraval.
El alma fiel tiene su paraíso, pero espiritual y no terreno; y por eso mismo mucho más deleitable y escondido que el primero. Aquí el alma goza más que con todas las riquezas. De este paraíso brotan cuatro fuentes: la verdad, la caridad, la fuerza y la sabiduría. Estas fuentes ofrecen un agua medicinal al alma enferma. Las enfermedades que aquejan al alma son cuatro vicios: el temor, la concupiscencia, la maldad propia y la ignorancia. Cuando la vence el temor cae forzada en el vicio; el ímpetu de la concupiscencia la empuja al mal, la maldad propia la lleva voluntariamente al vicio, y la seducción del error la hace deslizarse en el mal.
A las almas aquejadas y angustiadas por estas enfermedades el Profeta les da este consuelo: Sacaréis agua con gozo de las fuentes del Salvador. Contra la pusilanimidad, consecuencia del vicio del temor, el agua de los auxilios que se toma en la fuente de la fortaleza. Contra la concupiscencia del placer terreno, el agua de los deseos en la fuente de la caridad. Contra la malicia de la maldad voluntaria, el agua de los juicios en la fuente de la verdad. Contra el error de la ignorancia, el agua de los consejos en la fuente de la sabiduría.
Y todo esto se hará con gozo, pues lo que antes gemía bajo el peso de los vicios ahora se goza con la adquisición de las virtudes. En las aguas de los consejos consigue la prudencia, en el agua de los auxilios la fortaleza, en el agua de los deseos la templanza, y en el agua de los juicios la justicia. Y de este modo, en la contrariedad vence la pusilanimidad con la fortaleza, en la prosperidad refrena la ligereza con la templanza, en la actividad excluye la maldad con la justicia, y en los momentos de duda la prudencia instruye su ignorancia.
Reanimada con estas aguas y ataviada con semejantes virtudes, dilátese y comprenda con todos los consagrados lo que es anchura y largura, altura y profundidad. Estas cuatro dimensiones de Dios se pueden abrazar con dos brazos: el amor y temor verdaderos. El temor abraza la altura y profundidad, es decir, el poder y la sabiduría; y el amor la anchura y largura, la caridad y la verdad. Si se teme a estos es porque todo lo puede con su poder, y ese temor es auténtico si se cree que nada está oculto a su sabiduría. Si se ama a Dios es porque es el Amor, y ese amor es sincero porque es la verdad o la eternidad.
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