Las exigencias de la caridad – Manual del Pueblo de Dios
Se habla mucho de la Iglesia de los pobres y de la opción preferencial por los pobres. Tenemos, no obstante, el peligro de que nos perdamos en declaraciones literarias y no concretemos… Ya el cardenal Montini (luego Papa Pablo VI), en su pastoral de Cuaresma de 1963, advertía que la pobreza no es la privación de cosas necesarias a la vida y que la pobreza no es presentada en el Evangelio como un bien en sí misma, sino como el reflejo de otra pobreza, indispensable ésta para el cristiano:
La pobreza del espíritu. Y definía la pobreza evangélica como conciencia de la insuficiencia humana o de la necesidad de Dios que de ella se deriva, la negación de la primacía de la economía y de los bienes temporales para satisfacer el corazón del hombre; es la renuncia de buscar en este mundo el fin de nuestro destino y la salvación de nuestros males profundos y fatales, como el pecado y la muerte; es la prudencia que nos previene contra la ilusión de la fiebre de oro y de poder y que enseña que la bondad, con el dinero y la riqueza; es la paciencia digna y laboriosa en la penuria de recursos económicos y en las condiciones sociales modestas; es la condición para orar, para trabajar bien, para esperar, para dar y para amar, porque enseña a confiarse en la Providencia y a conocer el valor de las cosas y de los bienes morales.
DEBEMOS recordar lo que podríamos llamar la teología económica del Evangelio, que así podríamos enunciar, a grandes líneas:
1.- Hay que limitar las apetencias económicas con la indiferencia frente al dinero.
2.- Hay que limitar el hambre de ganancias en el individuo con su capacidad de servicio.
3.- Hay que limitar los cálculos y las previsiones con una fiel confianza en Dios.
4.- Hay que limitar el capital con el servicio que tu dinero tiene que hacer.
5.- Hay que limitar el gasto propio con la necesidad objetiva del que gasta.
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