Lo que el Bautista dice de Jesús
Y dijo Juan el Bautista: “Este es por quien yo dije: ‘Detrás de mí viene un hombre, que se
ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo’. Y yo no le conocía, pero he venido a
bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel”. Y Juan dio testimonio diciendo: “He
visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. Y yo no le
conocía, pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que
baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo’. Y yo le he
visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios”. (Jn 1, 30-34).
Luego de presentar a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, Juan
Bautista da varios testimonios, que trataremos de comentar y meditar brevemente.
El primer lugar vuelve a reconocer aquello que ya habíamos considerado antes, a saber, que
el que viene detrás de él, es decir, aquel a quien el Bautista le prepara el camino, en
realidad no es alguien que viene detrás, sino alguien que se ha puesto delante; más que eso,
es alguien que viene delante, porque es el principal. Nadie viene antes que Jesús. El de
delante siempre será él. Por ejemplo, cuando envía a sus apóstoles a anunciar el evangelio a
los lugares a donde él iría más tarde, no es que ellos se adelanten a Jesús, es él quien va con
ellos, porque las obras que les manda realizar son las suyas, las del reino de los cielos. El
poder con el que los apóstoles van a anunciar el evangelio, el poder con el que expulsarán
demonios en su nombre, el poder con el que curaran a los enfermos al imponerles las
manos, no es de ellos, sino del que los envía. Nadie, propiamente hablando, puede preceder
a Jesús, él precede a todos, él va adelante.
Juan también asegura que su bautismo tiene el propósito de que Jesús sea manifestado a
Israel. En efecto, mediante su bautismo, Juan prepara el camino del Señor Jesús, para que,
cuando él aparezca, sea reconocido gracias a la predicación del bautista y a su bautismo.
Pero al parecer también significa, por lo menos en nuestros días, que el bautismo hace que
Jesús se muestre, que él aparezca. El bautismo cristiano, el bautismo que manda Cristo a
sus discípulos, en efecto muestra a Cristo. Jesucristo es manifestado en cada persona que
recibe el bautismo. Se dice que el bautismo hace del bautizado otro Cristo, o, como enseña
san Pablo, se queda configurado con Cristo. El Señor Jesús es el que nos transforma en
nuevas creaturas que lo hacen visible en el mundo. El bautismo es para manifestar a Jesús,
para que Jesús sea dado a conocer todo el tiempo y en todas partes.
Juan también afirma en su testimonio que él vio al Espíritu Santo bajar sobre Jesús como
una paloma y quedarse sobre él. No se trata solamente de que el Espíritu Santo haya bajado,
sino que permanece sobre el Señor Jesús; él lo unge, pero también él es la unción. Y no se
trata solo de algo que pasó, sino de algo que está ocurriendo. La unción del Espíritu en
Jesús no es un gesto del pasado, sino algo que se ha quedado en él, por ello a Jesús se le
llama el Cristo, el Ungido. No es alguien que fue ungido, sino alguien que mantiene en sí la
unción del Espíritu Santo.
Hay que decir también que Juan no dice haber visto que una paloma bajaba sobre Jesús y
que él adivinó que se trataba del Espíritu Santo. Juan no dice haber visto una paloma sobre
Jesús, o que el espíritu tenga esa forma o apariencia. De hecho, también en los otros
evangelios se narra que baja el Espíritu de Dios sobre Jesús en figura como de paloma, pero
no dice exactamente que era una paloma. El Espíritu Santo no es una paloma. No podemos
tampoco imaginar solamente esta forma visual del Espíritu de Dios. En efecto, encontramos
en la Sagrada Escritura otras apariencias del Espíritu Santo: una brisa suave, en Elías (1Re
19, 12-13); un viento fuerte en Hechos de los apóstoles (2, 2); fuego, lenguas de fuego (2,
3), en el mismo lugar. Pero también podemos encontrar que cuando Jesús da a los apóstoles
el Espíritu Santo (Jn 20, 22), solamente sopla sobre ellos, y el soplo no se puede ver. Les
dice, además, que perdonen los pecados (Jn 20, 23). También se pueden leer en la Biblia
imágenes del Espíritu como de agua viva (cf. Jn 7, 38). Es cierto que para el bautismo todos
coinciden que baja en forma sensible como una paloma, pero no debemos ser
reduccionistas y pensar que en alguna paloma está el Espíritu Santo o que alguna paloma en
el mundo puede ser el Espíritu divino.
Continúa el Bautista con su testimonio. Él dice que alguien lo envió. Aquí notamos
nuevamente la conciencia del Bautista respecto a su misión: él es enviado a anunciar y a
bautizar; es enviado a preparar el camino del Señor y a presentarlo, darlo a conocer
previamente y también presencialmente. Juan se sabe enviado, sabe que su trabajo profético
es ministerial, que no hace su tarea como una iniciativa personal, ni como una obra de
buena voluntad, sino porque ha sido enviado a hacerlo y a hacerlo de esta manera. Anuncia
que quien lo ha enviado le ha advertido que verá a alguien sobre quien se posa y permanece
el Espíritu Santo, y que cuando eso ocurra, él sabrá que ha llegado aquel a quien ha
anunciado y a quien le ha preparado el camino. Y no solo eso; Juan anuncia que le fue
advertido este signo y ahora da testimonio de que ese signo se ha cumplido en la persona de
Jesucristo.
Los otros evangelios, a propósito del bautismo de Jesús, no dicen esto; de hecho, uno de
ellos asegura que fue visible la bajada del Espíritu Santo sobre Jesús en forma de paloma
(Lc 3, 22); otro asegura que es Jesús quien ve los cielos abiertos y ve también que el
Espíritu de Dios baja sobre él (Mt 3. 16; Mc 1, 10). Pero Juan asegura que él, Juan, es el
que ve que el Espíritu Santo baja sobre Jesús. No se dice aquí que públicamente el Espíritu
fue visto, no se dice que Jesús lo vio. Se dice que Juan es el que asegura haber visto al
Espíritu descender sobre Jesús y quedarse sobre él. Esto tiene más sentido, pues si todos
hubieran visto al Espíritu Santo bajar sobre Jesús, no habría un testimonio que sugiriera que
éste es el Mesías. Por otro lado, tenemos que Juan asegura que ha visto que el Espíritu bajó
sobre Jesús y que se quedó sobre él, es decir, lo que bajó, permanece en y con Jesús; si los
otros lo hubieran visto, no necesitarían el testimonio de un profeta, y Jesús hubiera sido
visto siempre con el Espíritu santo sobre él como una paloma, lo cual no ocurre. Juan tiene
ojos de profeta, él ha sido capacitado para todo lo que tiene que ver con su misión, por ello,
con toda seguridad, él puede ver que el Espíritu baja y permanece sobre Jesús. Nadie más
puede ver esto. Y Juan afirma y reitera, en este breve pasaje del evangelio, que él vio bajar
al Espíritu Santo sobre Jesús; que se le anunció que sobre quien bajara el Espíritu Santo y
permaneciera, ese sería el Mesías; y Juan afirma que él vio esto y por eso afirma, sin dudas,
que este Jesús de Nazaret, a quien él no conocía, es el esperado Señor.
Finalmente, Juan dice de Jesús que éste es el que en realidad bautiza. Que él, Juan, bautiza
solo con agua, pero que el Cordero de Dios lo hará con el Espíritu Santo. Esto significa que
vienen los días de un bautismo nuevo, de un bautismo poderoso, que no solo significa una
espera y una decisión de esperar en gracia, en justicia al Señor, sino que es un vivir en el
Señor. Jesús, el Cordero de Dios, es quien bautiza. Ya hemos hablado un poco de las
diferencias entre el bautismo de Juan y el bautismo de Jesús. Por ahora solamente diremos
que el bautismo de Jesús es sacramental, esto es, comunica la gracia, la vida divina,
mientras que el bautismo de Juan era más de orden moral, de cambio de vida, de
mentalidad, de valores. El bautismo de Jesús es poderoso, transforma toda la vida, porque
transmite ese Espíritu que bajó sobre él. El bautismo de Jesús se circunscribe dentro del
ámbito de lo sagrado, de lo santo. El bautismo de Juan es para esperar a Jesús; el bautismo
de Jesús es para recibir a Jesús.
Artículo del padre Pacco Magaña, Guardia de Honor en SLP, Mexico.