Meditación del Papa Benedicto XVI sobre el rosario en la vida cristiana:
Meditación del Papa Benedicto XVI sobre el rosario en la vida cristiana: Para ser apóstoles del Rosario, es necesario tener experiencia en primera persona de la belleza y profundidad de esta oración, sencilla y accesible a todos. Es necesario ante todo dejarse conducir de la mano de la Virgen María a contemplar el rostro de Cristo: rostro alegre, luminoso, doloroso y glorioso. Quien, como María, y junto a Ella, custodia y medita asiduamente los misterios de Jesús, asimila cada vez más sus sentimientos, se conforma a Él. Me gusta al respecto citar una hermosa consideración del beato Bartolo Longo: «Como dos amigos -escribe-, que se tratan a menudo, suelen conformarse también en las costumbres, así nosotros, conversando familiarmente con Jesús y la Virgen, al meditar los Misterios del Rosario y formando juntos una misma vida con la comunión, podemos llegar a ser, en la medida de nuestra pequeñez, parecidos a ellos, y aprender de estos grandes ejemplos el vivir humilde, pobre, paciente y perfecto.» (Quindici Sabati del santisimo rosario, 27 ed., Pompei, 1916, p. 27: cit: en Rosarium Virginis Mariae, 15)
El Rosario es escuela de contemplación y de silencio. A primera vista, podría parecer una oración que acumula palabras, y por tanto difícilmente conciliable con el silencio que se recomienda justamente para la meditación y la contemplación. En realidad esta cadenciosa repetición del Ave María no turba el silencio interior, sino que lo busca y lo alimenta. De la misma manera forma que sucede con los Salmos cuando se reza la Liturgia de las Horas, el silencio aflora a través de las palabras y las frases, no como un vacío, sino como una presencia de sentido último que trasciende las mismas palabras y junto a ellas habla al corazón. Así, recitando y junto a ellas habla el corazón. Así recitando cada Ave María es necesario poner atención para que nuestras voces no «cubran» la de Dios, que siempre habla a través del silencio, como «el susurro de una brisa ligera» (1 re 19, 12). ¡Qué importante es entonces cuidar este silencio lleno de Dios, tanto en la recitación personal como en la comunitaria! También cuando es rezado, como hoy, por grandes asambleas.
Es necesario que se perciba el Rosario como oración contemplativa, y esto no puede suceder si falta un clima de silencio interior. Quisiera añadir otra reflexión, relativa a la Palabra de Dios. Si la contemplación cristiana no puede prescindir de la Palabra de Dios, también el Rosario, para ser oración contemplativa, debe siempre emerger del silencio del corazón como respuesta a la Palabra, sobre el modelo de la oración de María. Bien mirado, el Rosario está todo entretejido de elementos sacados de la Sagrada escritura. Hay ante todo la enunciación del misterio, hecha preferiblemente, como hoy, con palabras tomadas de la Biblia. Sigue el Padrenuestro: al imprimir a la oración un movimiento «vertical», abre el alma de quien recita el Rosario en una justa actitud filial, según la invitación del Señor: «Cuando recéis, decid: Padre…» (Lc 11, 2) La primera parte del Avemaria, tomada también del evangelio, nos hace cada vez volver a escuchar las palabras con que Dios se ha dirigido a la Virgen a través del Ángel, y las bendiciones de la prima Isabel. La segunda parte del Avemaría resuena como la respuesta de los hijos que, dirigiéndose suplicantes a la Madre, no hacen otra cosa que expresar su propia adhesión al diseño salvífico revelado por Dios. Así el pensamiento de quien reza está siempre anclado en la Escritura y en los misterios que en ella se presentan.
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