• 12/12/2024

¡Muéstranos a Jesús! – Papa Benedicto XVI

¡Muéstranos a Jesús! – Papa Benedicto XVI

“Mirar a Cristo”. Para el hombre que busca, esta invitación se transforma siempre en una petición espontánea, una petición dirigida en particular a María, que nos dio a Cristo como Hijo suyo: “Muéstranos a Jesús”. Rezamos así de todo corazón; y rezamos, más allá de este momento, interiormente, buscando el rostro del Redentor. “Muéstranos a Jesús”. María responde, presentándonoslo ante todo como niño. Dios se ha hecho pequeño por nosotros. Dios no viene con la fuerza exterior, sino con la impotencia de su amor, que constituye su fuerza. Se pone en nuestras manos. Pide nuestro amor. Nos invita a hacernos pequeños, a bajar de nuestros altos tronos y aprender. Nos ofrece el Tú. Nos pide que nos fiemos de él y que así aprendamos a vivir en la verdad y en el amor.

Naturalmente, el niño Jesús nos recuerda también a todos los niños del mundo, en los cuales quiere salir a nuestro encuentro: los niños que viven en la pobreza; los que son explotados como soldados; los que no han podido experimentar nunca el amor de sus padres; los niños enfermos y los que sufren, pero también los alegres y sanos. Europa se ha empobrecido de niños: lo queremos todo para nosotros mismos, y tal vez no confiamos demasiado en el futuro. Pero la tierra carecerá de futuro si se apagan las fuerzas del corazón humano y de la razón iluminada por el corazón, si el rostro de Dios deja de brillar sobre la tierra. Donde está Dios hay futuro.

“Mirar a Cristo”: Volvamos a dirigir brevemente la mirada al Crucifijo situado sobre el altar mayor. Dios no ha redimido al mundo con la espada, sino con la cruz. Al morir, Jesús extiende los brazos. Este es ante todo el gesto de la Pasión: se deja clavar por nosotros, para darnos su vida. Pero los brazos extendidos son al mismo tiempo la actitud del orante, una postura que el sacerdote asume cuando, en la oración, extiende los brazos: Jesús transformó la pasión, su sufrimiento y su muerte, en oración, en un acto de amor a Dios y a los hombres. Por eso, los brazos extendidos de Cristo crucificado son también un gesto de abrazo, con el que nos atrae hacía sí, por el que quiere estrecharnos entre sus brazos con amor. De este modo, es imagen del Dios vivo, es Dios mismo y podemos ponernos en sus manos.

“Mirar a Cristo”. Si lo hacemos, nos damos cuenta de que el cristianismo es algo más, algo distinto de un sistema moral, una serie de preceptos y leyes. Es el don de una amistad que perdura en la vida y en la muerte: “Ya no os llamo siervos, sino amigos” (Jn, 15), dice el Señor a los suyos. Nos fiamos de esta amistad. Pero precisamente por el hecho de que el cristianismo es más que una moral, de que es el don de la amistad, implica una gran fuerza moral, que necesitamos tanto ante los desafíos de nuestro tiempo. Si con Jesucristo y con su Iglesia volvemos a leer de manera siempre nueva el Decálogo del Sinaí, penetrando en sus profundidades, entonces se nos revela como una gran enseñanza, siempre válida.

El Decálogo es ante todo un “sí” a Dios, a un Dios que nos ama y nos guía, que nos sostiene y que, sin embargo, nos deja nuestra libertad, más aún, la transforma en verdadera libertad (los primeros tres mandamientos). Es un “sí” a la familia (cuarto mandamiento); un “sí” a la vida (quinto mandamiento); un “sí” a un amor responsable (sexto mandamiento); un “sí” a la solidaridad, a la responsabilidad social y a la justicia (séptimo mandamiento); un “sí” al respeto del prójimo y a lo que le pertenece (noveno y décimo mandamientos). En virtud de la fuerza nuestra amistad con el Dios vivo, vivimos este múltiple “sí” y, al mismo tiempo, lo llevamos como señal del camino en esta hora del mundo.

“Muéstranos a Jesús”. Con esta petición a la Madre del Señor nos hemos puesto en camino. Esta misma petición nos acompañará en nuestra vida cotidiana. Y sabemos que María escucha nuestra oración: sí, en cualquier momento, cuando miramos a María, ella nos muestra a Jesús. Así podemos encontrar el camino recto, seguirlo paso a paso, con la alegra confianza de que ese camino lleva a la luz, al gozo del amor eterno. Amén.