Hay cosas a lo largo de la vida que nos marcan, y aquellas que lo hacen para bien intentamos conservarlas en la mente y en el corazón.
En el inicio del verano de mis dieciséis años, al terminar el curso escolar, recibí de la religiosa que había sido mi tutora, durante tres años consecutivos, un sobrecito con un pequeño escrito. Un escrito hecho a mano y cuya caligrafía, junto con el dibujo que lo acompañaba, mostraban el amor con el que había sido realizado.
No creo que de inmediato lo apreciara en todo su valor, pero lo guarde. Un poco como quien gurda una reliquia de alguien a quien se quiere y que se sabe que posiblemente se tardara en volver a ver.
Creo que aquel escrito, de alguna forma, se convirtió en un lema para mi vida. Un lema que con frecuencia deje de lado y que al igual que el papelito quedo dormido en el fondo de un cajón.
No obstante, de vez en cuando, y siempre en el momento adecuado, el texto de aquel papelito reaparecía en mi mente para darme el empujón que necesitaba.
Desde el día en que lo recibí han pasado sesenta años!!! Pero aquel texto sigue vivo. El papelito duerme en el fondo del cajón, pero el texto
sigue vivo en mi y en una carpeta de mi ordenador.
Hoy me ha apetecido compartirlo, no quiero que duerma solo en el cajón, me haría sentir egoísta y quiero intentar no serlo.
“Que cada día haya alguien más feliz porque tú has sabido proporcionarle esa felicidad….
Alguien más comprensivo porque tú has sabido comprenderle…
Alguien menos egoísta porque ha participado de tu abnegación…
Alguien aliviado porque ha participado de tus consuelos…
Alguien más puro porque ha admirado la pureza de tu alma…
Alguien más veraz porque ha aprendido de tu veracidad…
Alguien mejor porque te ha conocido….
Que cada día haya una sonrisa nueva en los labios de María y una alegría más en el Corazón de Cristo, porque tú se la has proporcionado….”
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