• 05/05/2025

San Juan Pablo II: Las conciencias adormecidas de nuestro mundo

San Juan Pablo II: Las conciencias adormecidas de nuestro mundo

¿Por qué la conciencia de los jóvenes no se rebela contra esta situación, sobre todo contra el mal moral, que brota de opciones personales? ¿Por qué tantos se acomodan en actitudes y comportamientos que ofenden la dignidad humana y desfiguran la imagen de Dios en nosotros? Lo normal sería que la conciencia señalara el peligro mortal que encierra para el individuo y para la humanidad el hecho de aceptar tan fácilmente el mal y el pecado. Y, en cambio, no siempre sucede así. ¿Será porque la misma conciencia está perdiendo la capacidad de distinguir el bien del mal?

En una cultura tecnológica, en que estamos acostumbrados a dominar la materia, descubriendo sus leyes y sus mecanismos, para transformarla según nuestra voluntad, surge el peligro de querer manipular también la conciencia y sus exigencias. En una cultura que sostiene que no puede existir ninguna verdad universalmente válida, nada es absoluto. Así pues, al fin y al cabo —dicen- la bondad objetiva y el mal ya no importan. El bien se convierte en lo que agrada o es útil en un momento particular, y el mal es lo que contradice nuestros deseos subjetivos. Cada persona puede construir un sistema privado de valores.

Jóvenes, no cedáis a esa falsa moralidad tan difundida. No asfixiéis vuestra conciencia. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios (cf. Gaudium et spes, 16). «En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer» (ib.). Esa ley no es una ley humana externa, sino la voz de Dios, que nos llama a liberarnos de la cadena de los malos deseos y del pecado, y nos impulsa a buscar el bien y la verdad. Sólo escuchando la voz de Dios en vuestro interior y actuando de acuerdo con sus directrices, alcanzaréis la libertad que anheláis. Como dijo Jesús, sólo la verdad os hará libres (cf. Jn 8, 32). Y la verdad no es el fruto de la imaginación de cada uno. Dios os ha dado la inteligencia para conocer la verdad, y la voluntad para realizar el bien moral. Os ha dado la luz de la conciencia para guiar vuestras decisiones morales, para amar el bien y evitar el mal. La verdad moral es objetiva, y una conciencia bien formada puede percibirla.

Pero si la misma conciencia se ha deformado, ¿cómo puede reformarse? Si la conciencia, que es luz, ya no alumbra, ¿cómo podemos superar la oscuridad moral? Jesús dice: «La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!» (Mt 6, 22-23).

Pero Jesús dice también: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8, 12). Si seguís a Cristo, devolveréis a la conciencia su puesto correcto y su papel adecuado, y seréis la luz del mundo y la sal de la tierra (cf. Mt 5, 13).

Un renacimiento de la conciencia debe brotar de dos fuentes: en primer lugar, el esfuerzo por conocer con certeza la verdad objetiva, incluida la verdad sobre Dios; y, en segundo lugar, la luz de la fe en Jesucristo, el único que tiene palabras de vida.

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