San Pío de Pietrelcina segun el papa Benedicto:
Algunos santos han vivido personalmente de modo intenso esta experiencia de Jesús [en su pasión]. El padre Pío de Pietrelcina es uno de ellos. Un hombre sencillo, de orígenes humildes, «conquistado por Cristo» (Flp 3,12) -como escribe de sí el apóstol san Pablo- para convertirlo en un instrumento elegido del poder perenne de su cruz: poder de amor a las almas, de perdón y reconciliación, de paternidad espiritual y de solidaridad activa con los que sufren. Los estigmas que marcaron su cuerpo lo unieron íntimamente al Crucificado resucitado. Auténtico seguidor de san Francisco de Asís, hizo suya, como el Poverello, la experiencia del apóstol san Pablo, tal como la describe en sus cartas: «Estoy crucificado con Cristo: y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,19-20); o también: «La muerte está actuando en nosotros, y la vida en vosotros» (2 Col 4, 12).
Esto no significa alienación, pérdida de la personalidad: Dios no anula nunca lo humano, sino que lo transforma con su Espíritu y lo orienta al servicio de su designio de salvación. El padre Pío conservó sus dones naturales, y también su temperamento, pero ofreció todo a Dios, que pudo servirse libremente de él para prolongar la obra de Cristo: anunciar el Evangelio, perdonar los pecados y curar a los enfermos en el cuerpo y en el alma.
Como sucedió con Jesús, el padre Pío tuvo que librar la verdadera lucha, el combate radical, no contra enemigos terrenos, sino contra el espíritu del mal (cf. Ef 6,12). Las «tempestades» más fuertes que lo amenazaban eran los asaltos del diablo, de los cuales se defendió con «la armadura de Dios», con «el escudo de la fe» y «la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios» (Ef 6,11.16.17). Permaneciendo unido a Jesús, siempre tuvo ante sí la profundidad del drama humano; por eso se entregó a sí mismo y ofreció sus numerosos sufrimientos, y se gastó por el cuidado y el alivio de los enfermos, signo privilegiado de la misericordia de Dios, de su reino que viene, más aún, que ya está en el mundo, de la victoria del amor y de la vida sobre el pecado y la muerte. Guiar a las almas y aliviar el sufrimiento: así se puede resumir la misión de san Pío de Pietrelcina, como dijo de él también el siervo de Dios Papa Pablo VI: «Era un hombre de oración y de sufrimiento» (Discurso a los padres capitulares capuchinos, 20 de febrero de 1971).
Queridos amigos, frailes menores capuchinos, miembros de los grupos de oración y fieles todos de San Giovanni Rotondo, vosotros sois los herederos del padre Pío, y la herencia que os ha dejado es la santidad. En una de sus cartas escribió: «Parece que Jesús no tiene otra curación para mis manos sino la de santificar vuestra alma» (Epist. II, p. 155). Su primera preocupación, su anhelo sacerdotal y paterno, fue siempre que las personas volvieran a Dios, que experimentaran su misericordia y, renovadas interiormente, redescubrieran la belleza y la alegría de ser cristianas, de vivir en comunión con Jesús, de pertenecer a su Iglesia y practicar el Evangelio. El padre Pío atraía hacia el camino de la santidad con su testimonio, indicando con su ejemplo el «binario» que lleva a ella: la oración y la caridad.
Ante todo, la oración. Como todos los grandes hombres de Dios, el padre Pío se convirtió él mismo en oración, en cuerpo y alma. Sus jornadas eran un rosario vivido, es decir, una continua meditación y asimilación de los misterios de Cristo en unión espiritual con la Virgen María. Así se explica la singular presencia en él de dones sobrenaturales y de sentido práctico humano. Y todo tenía su culmen en la celebración de la santa misa: en ella se unía plenamente al Señor muerto y resucitado.
De la oración, como de una fuente siempre viva, brotaba la caridad. El amor que llevaba en su corazón y transmitía a los demás rebosaba ternura, siempre atento a las situaciones reales de las personas y de las familias. Sentía la predilección del Corazón de Jesús especialmente por los enfermos y los que sufrían, y precisamente de esa predilección surgió y tomó forma el proyecto de una gran obra dedicada al «alivio del sufrimiento». No se puede entender ni interpretar adecuadamente esa institución si se la separa de su fuente inspiradora, que es la caridad evangélica, animada a su vez por la oración.
Queridos hermanos, hoy el padre Pío vuelve a proponer todo esto a nuestra atención. Los peligros del activismo y la secularización están siempre presentes; por eso, mi visita también tiene la finalidad de confirmaros en la fidelidad a la misión heredada de vuestro amadísimo padre. Muchos de vosotros, religiosos, religiosas y laicos, estáis tan absorbidos por los miles de tareas que conlleva el servicio a los peregrinos o a los enfermos del hospital, que corréis el riesgo de descuidar lo único verdaderamente necesario: escuchar a Cristo para cumplir la voluntad de Dios. Cuando os deis cuenta de que corréis este riesgo, mirad al padre Pío: su ejemplo, sus sufrimientos; e invocad su intercesión, para que os obtenga del Señor la luz y la fuerza que necesitáis para proseguir su misma misión impregnada de amor a Dios y de caridad fraterna. Y que desde el cielo siga ejerciendo la exquisita paternidad espiritual que lo caracterizó durante su existencia terrena; que siga acompañando a sus hermanos, a sus hijos espirituales y toda la obra que inició.
Que, juntamente con san Francisco y la Virgen, a la que tanto amó e hizo amar en este mundo, vele sobre todos vosotros y os proteja siempre. Y entonces, incluso en medio de las tempestades que puedan levantarse repentinamente, podréis experimentar el soplo del Espíritu Santo, que es más fuerte que cualquier viento contrario e impulsa la barca de la Iglesia y a cada uno de nosotros. Por eso debemos vivir siempre con serenidad y cultivar en el corazón la alegría, dando gracias al Señor. «Es eterna su misericordia» (Salmo responsorial). Amén.
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